Ambiente

por MARÍA JOSE LUBERTINO

El ambiente es el conjunto de bienes comunes que integran la Naturaleza (mal llamados “recursos naturales”) y conforman un sistema con interacciones en un espacio determinado entre los mismos seres vivos y con el ambiente del que forman parte -ecosistema-, incluyendo los elementos culturales (patrimonio artístico, histórico y/o arquitectónico) y la intersección entre ambos, el patrimonio natural -dentro del cual está el paisaje-. Es un sistema de interrelaciones e interdependencias de carácter complejo y holístico entre elementos naturales, artificiales y socioculturales en permanente cambio que supone y lo hace más que la suma de sus partes. El ambiente es un bien colectivo o común, es de todxs y de ningunx. No es propiedad de ninguna persona. No pertenece al Estado ni a los particulares en forma exclusiva.

Existen diferentes definiciones (restrictivas, intermedias y amplias). Se percibe una tendencia de evolución de ellas en el tiempo. Las restrictivas refieren al conjunto de los elementos naturales que lo integran y destacan características estructurales y dinámicas del ambiente. Las intermedias son descriptivas y suman a los elementos condiciones y circunstancias naturales que influyen en los procesos de transferencia de energía y en los ciclos alimentarios de los seres vivos. Las amplias refieren al “ambiente natural” (biofísico) y al “artificial”, tanto “material” (obras humanas) como “inmaterial” (sistemas humanos). Antes la mayoría de las definiciones ponían énfasis en la enumeración de “recursos” (Estocolmo 1972); hoy en la integralidad, complejidad y armonía del sistema. Hay mayor consenso en la comprensión de lo biofísico y lo sociocultural (Río 1992). Las concepciones restringidas sobre el ambiente generalmente se fundan en una perspectiva antropo/androcéntrica que fundamenta la explotación de los “recursos naturales” como si fueran infinitos. Desde una perspectiva ecofeminista no hay contraposición entre Naturaleza y humanxs: somos parte de ella y debemos vivir en armonía. El ambiente no se circunscribe al entorno físico y a sus elementos naturales (agua, atmósfera, biósfera, tierra, subsuelo) sino que comprende todos los elementos que los seres humanos creamos y que posibilitan la vida y el desarrollo de los seres vivos. Es el conjunto de bienes comunes que integran la Naturaleza (mal llamados “recursos naturales”) y conforman un sistema, una unidad, con interacciones en un espacio determinado entre los mismos seres vivos y sobre el ambiente del que forman parte -ecosistema-, incluyendo los ingredientes culturales (patrimonio artístico, histórico y/o arquitectónico) y la intersección entre ambos, el patrimonio natural -dentro del cual está el paisaje-. Es un sistema de interrelaciones e interdependencias de carácter complejo y holístico entre elementos naturales, artificiales y socioculturales en permanente cambio que supone y lo hace más que la suma de sus partes.

A lo largo de la historia hubo diferentes etapas: 1) la de la indivisibilidad seres humanxs/Naturaleza (etapa de la simbiosis), 2) la de la separación/discriminación entre seres humanxs y Naturaleza (“frente a frente”), 3) la del alejamiento, el desconocimiento, la utilización mercantilista de la Naturaleza (etapa de la “dominación”/enfrentamiento) y 4) la de la reubicación de lxs humanxs como parte de la Naturaleza (nosotrxs con la Naturaleza) -etapa a cuya construcción aportamos- (E. Lucca 2016).

El ambiente es un bien colectivo o común, es de todos y de ningunx, en el sentido de que no es propiedad de ninguna persona. No pertenece al Estado ni a los particulares en forma exclusiva, no es susceptible de división ni de atribución de copropiedad para cada sujeto, pero reconocida jurídicamente su vulneración, aun en el supuesto de reclamo singular, la protección del derecho se extiende y beneficia por igual a todxs y cada unx de lxs integrantes del grupo social (Lorenzetti 2008).

La irrupción del concepto de “ambiente” como bien jurídico y del derecho al ambiente en el mundo político y jurídico es bastante tardía y no fueron pocas las resistencias que aun hoy perduran. Originariamente, la regulación en materia de “recursos naturales” estaba vinculada a su apropiación y explotación como cosas, y en el mejor de los casos había un debate sobre la distribución de la riqueza producto de esa explotación. Las preocupaciones de lxs ecologistas eran tratadas despectivamente como provenientes de un grupo fundamentalista que obstruía decisiones gubernamentales de un mundo en constante “evolución y desarrollo”. La historia del “ambiente” comienza con la toma de conciencia de la transformación de la Naturaleza por la “intersección” del ser humano y evoluciona en la inclusión en los documentos internacionales siendo hitos conceptuales la Conferencia de Estocolmo de 1972, el Informe Brundlandt de 1987 y la Conferencia Mundial de Rio en 1992.  Recién en la Declaración “El Futuro que Queremos” (Rio+20, 2012) se incorpora la perspectiva biocéntrica: “Reconocemos que el planeta Tierra y sus ecosistemas son nuestro hogar y que “Madre Tierra” es una expresión común en muchos países y regiones, y observamos que algunos países reconocen los derechos de la naturaleza en el contexto de la promoción del desarrollo sostenible. Estamos convencidos de que, para lograr un justo equilibrio entre las necesidades económicas, sociales y ambientales de las generaciones presentes y futuras, es necesario promover la armonía con la naturaleza”. Para llegar a este texto que incorpora la perspectiva ecologista profunda se recorrió un largo camino de antecedentes, Foros y Cumbres de sociedad civil y movimientos sociales que fueron sistematizando estos postulados y consensuando globalmente principios, donde muchas organizaciones latinoamericanas, la teología de la liberación, nuestros Pueblos originarios y las ecofeministas tuvimos un rol relevante. Así, la Declaración “Carta de la Tierra” (2000) es un ejemplo de instrumento globalmente consensuado que reconoce derechos a la Naturaleza, a la humanidad como parte de ella y a la Tierra como nuestro hogar. También la Carta Mundial por el Derecho a la Ciudad (Foro Social de las Américas, Quito 2004), la Declaración Universal del Bien Común de la Tierra y de la Humanidad (2009/2010), el Acuerdo de los Pueblos de la Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra (Cochabamba, 2010), el Proyecto de Declaración Universal del Bien Común de la Humanidad (2012), la Declaración Universal de los Derechos de la Madre Tierra (2012), la Declaración Final del Foro Alternativo Mundial del Agua (Marsella 2012), la Declaración de la Asamblea de los Movimientos Sociales del Foro Social Mundial (Tunez 2013) y la Declaración de la Asamblea de los Movimientos Sociales del Foro Social Mundial (Tunez 2015).

El fenómeno global de la constitucionalización de la cuestión ambiental fue “densificando” y “comprometiendo”, junto con otras prerrogativas de marcado corte social, el constitucionalismo contemporáneo. Así las nuevas constituciones latinoamericanas revalorizan los principios ancestrales con importantes derivaciones jurídicas. Especialmente la Constitución de Ecuador del 2008 “celebrando a la naturaleza, la Pacha Mama, de la que somos parte, ...en diversidad y armonía con la naturaleza para alcanzar el buen vivir (o el pleno vivir), el sumak kawsay...” y la de Bolivia del 2009 donde “el Estado asume y promueve como principios ético-morales de la sociedad plural: ... suma qamaña (vivir bien), ñandereko (vida armoniosa), teko kaki (vida buena), ivi maraei (tierra sin mal) y qhapaj ñan (camino o vida noble)” . Aquí el paradigma ambiental, más allá del de la sustentabilidad que se fue construyendo globalmente en las últimas décadas del siglo XX, viene a recoger la cosmovisión de los pueblos originarios y a ratificar a la Naturaleza como sujeto y al ser humano como parte de ella. Es interesante ver como en latitudes ajenas a estas tradiciones esta innovación constitucional resulta bien acogida en orden a reforzar una concepción menos antropocéntrica y de limitación de los derechos individuales en función del cuidado de los bienes comunes, de nosotrxs mismxs y las futuras generaciones (VER: BUEN VIVIR). 

En el ámbito de las Naciones Unidas se advierte que el índice del Producto Interno Bruto no está concebido para medir el deterioro ambiental resultante de la actividad humana. Se ha comenzado a hablar de la Armonía con la Naturaleza desde el 2011 por iniciativa de Bolivia y la Asamblea General emite anualmente resoluciones y organiza paneles interactivos sobre la cuestión con un enfoque holístico. La Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible está atravesada por la preocupación ambiental. De los  17 Objetivos de Desarrollo Sostenible tratan del tema en especial el 6 (disponibilidad y gestión sostenible del agua y saneamiento), 7 (energía asequible, segura y sostenible), 11 (ciudades inclusivas, resilientes y sostenibles), 12 (consumo y producción sostenibles), 13 (combate al cambio climático), 14 (conservación y uso sostenible de océanos y mares) y 15 (gestión sostenible de bosques, lucha contra la desertificación, la degradación de las tierras y la pérdida de la biodiversidad).

A pesar de los compromisos asumidos por los Estados el proceso de extractivismo necocolonial se ha agudizado en nuestra región.. La sobreexplotación y la exportación de materias primas a gran escala alimentan una dinámica de despojo o desposesión de bienes naturales, de territorios y, por ende, de derechos individuales y colectivos.  Así, en la megaminería, el fracking, el modelo sojero y el extractivismo urbano ponen de manifiesto el rol protagónico que las corporaciones económicas y los grandes propietarios cumplen en la definición de lo que es legítimo e ilegítimo, de lo que es posible realizar y lo que no lo es, de lo justo y de lo injusto en lo que concierne a actividades económicas, proyectos urbanos, estilos de vida e identidades colectivas. (Ver: EXTRACTIVISMO)

Antropoceno. Así llamamos hoy a la actual época del período cuaternario de la historia de nuestro planeta debido al significativo impacto global de las actividades humanas sobre los ecosistemas terrestres. La especie humana es la principal -por no decir única -responsable de la crisis ecológica, en un contexto de cada vez mayor acrecentamiento de las desigualdades. Se trata de una crisis sistémica, de conocimiento, ecológica, energética y alimentaria, pero también de valores y de cuidados. Vivimos en un mundo fragilizado. La “sociedad en riesgo” de la que nos hablaba Ulrich Beck hace más de un cuarto de siglo se ha vuelto aun más violenta ante los nuevos embates del capitalismo patriarcal y extractivista. Hemos superado los límites de la biósfera. Hemos roto las cadenas que sostienen la vida en el planeta. El 75% de la superficie terrestre está degradada. En el lapso de nuestras vidas va a perder su funcionamiento con la pérdida de los servicios ambientales -los bosques absorben impactos y proveen recursos-. Se llegará al 100% de degradación en pocos años de continuar esta tendencia neoextractivista. El 66% de los mares está degradado y el 70% de los vertebrados terrestres ya se extinguió. Por eso algunxs cintificxs hablan no solo de la sexta extinción masiva de especies sino de la primera aniquilación biológica de una dimensión comparable a un cambio geológico. Una sola especie -la humana- logró acabar con la mayor parte de la vida sobre la Tierra. El principal impulsor de esta catástrofe ha sido el cambio de los usos suelos, le siguen el cambio climático, el tráfico de especies y la introducción de especies invasoras exóticas, la contaminación y el uso directo que hacemos de otros organismos vivos (caza y pesca). La mayor parte de la superficie cultivada hoy no es para alimentar humanxs sino para alimentar animales en procesos de ganadería industrial para países emergentes que ahora están accediendo a consumos que antes no tenían (dieta occidental). El 83% de la superficie cultivable de la Tierra se destina a la ganadería industrial. No necesitamos ocupar tanta superficie con plantaciones para el consumo de esos animales. Si abasteciéramos de alimentos nutritivos, ricos en proteínas, a toda la humanidad y no se consumieran animales ni derivados  se podría reducir el 75% de ese 83% que hoy se usa para ganadería avanzando sobre ecosistemas naturales. Solo el 18 % de las calorías del mundo se generan con animales para consumo humano y solo el 38% de las proteínas. El Informe Lancet 2018 recomienda reducir su consumo en un 90 % pero especialmente alerta sobre la producción ganadera intensiva como un peligro sanitario, dado que los animales en las granjas industriales son los principales consumidores de antibióticos y esto a su vez genera una resistencia bacteriana global. Esto resulta alarmante en la combinación de factores como la deforestación que produce el desplazamiento de especies y los saltos zoonóticos hacia las personas cada vez más pobres en nuestro sistema inmune. Hacia 2050 4000 millones de personas vivirán en lugares donde no se podrán cultivar alimentos y con estrés hídrico permanente, según el Banco Mundial. Ya ingresamos en un proceso  crítico, en un proceso de colapso ecológico (Informe 1.5º C del IPCC (Panel sobre Cambio Climático), octubre 2018 e Informe sobre Biodiversidad del IPBES (Panel Biodiversidad y ecosistemas), mayo 2019). De continuar así en 30 años la mitad de la población mundial estará ante una guerra por el agua y los alimentos. Esto es un apartheid climático según las propias Naciones Unidas. Las megaciudades son las que menos capacidad de adaptación tienen. Hay cambios radicales que deben llevarse adelante y las mujeres los estamos empujando.

Las mujeres en defensa del ambiente. Los impactos ambientales no son neutros al género y debemos visibilizarlos. Las mujeres, junto con lxs niñxs, somos víctimas de los más graves problemas ambientales del planeta y en nuestro país eso no es la excepción habiendo mujeres al frente de todas las luchas de resistencia frente al extractivismo (Merlinsky 2013 y 2016). América Latina es la segunda región del mundo donde más mujeres se asesinan, después de África (UNODC 2019) y donde más defensorxs del ambiente se matan (2018).

El ambientalismo, y en particular el ecologismo, no han aprovechado aún muchas de las reflexiones teóricas del feminismo y tampoco los aportes de la sabiduría popular de los Pueblos originarios y de los principios del Buen Vivir (Sumak kawsay (en kechwa), sumak kawasay (en kichwa) o suma qamaña (en aymara)) que el movimiento plurinacional de mujeres viene recuperando y poniendo en valor. Hacerlo ayudaría a acelerar la transformación del Estado hacia posturas decididamente ecologistas ecofeministas no biologicistas ni esencialistas. Los movimientos de mujeres y ecofeminismos aportamos claves para repensar la relación de la humanidad con la Naturaleza. (VER: ECOFEMINISMOS).

Después de 100 años de historia del movimiento de mujeres, la masividad y efervescencia de las marchas en cientos de ciudades del planeta hoy interpelan a la humanidad. Nos movilizamos no sólo por nuestros derechos sino para cambiar un paradigma violento y de depredación. Si bien ha habido una lenta evolución en la inclusión de la perspectiva de género en los documentos internacionales en materia ambiental, ello es una conquista del movimiento global de mujeres. Así, la inclusión del Principio 20 en Río (“Las mujeres desempeñan un papel fundamental en la ordenación del medio ambiente y en el desarrollo. Es, por tanto, imprescindible contar con su plena participación para lograr el desarrollo sostenible”), pasando por los documentos de las Conferencias de Viena, Cairo, Beijing, hasta llegar a que en los actuales Objetivos de Desarrollo Sostenible la igualdad de género (ODS 5) atraviese los otros 16 de manera transversal. Por ello ambientalismo y gobiernos han tenido que incorporar estas variables y sus respectivos indicadores aunque no siempre lo hacen bien y muchas veces se incumplen.

Las mujeres no somos representantes privilegiadas de la Naturaleza. Venimos a expresar la necesidad de un pensamiento crítico, de pensar de otra forma y con otros parámetros y convocamos a una subversión cognitiva (Y. Herrero, 2020).  Podemos contribuir a un cambio sociocultural hacia la igualdad que permita que las prácticas del cuidado, que históricamente fueron sólo femeninas, se universalicen, es decir, que sean también propias de los varones, y se extiendan al mundo natural no humano. Propiciamos un desarrollo regenerativo,  en armonía con la Naturaleza, en paralelo a una democracia participativa. Proponemos cambiar patrones de consumo, energéticos y de producción, ciudades rururbanas, volver a la escala humana y un abordaje donde las comunidades ancladas en los lugares puedan decidir lo mejor para cada ellas y a partir de allí construir lo colectivo a escala nacional y regional.

En el 32º Encuentro Nacional en el Chaco quienes integramos algunos de los talleres de Mujer y Ambiente nos constituimos como Red de Defensoras del Ambiente y el Buen Vivir con compañeras de muy diferentes latitudes y luego impulsamos la creación de la Red Ecofeminista Latinoamericana y del Caribe en el 14 Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe (14 EFLAC) en Montevideo y desde entonces trabajamos impulsando los cambios que se necesitan. Nos integramos al proceso del Acuerdo de Escazu como Defensoras ambientales.


Bibliografía 

E. Lucca (2016),La Gestión de los Territorios. La cosecha escondida o la percepción ambiental de los espacios. Buenos Aires, Diseño Editorial.

Y. Herrero (2020), Encuentro virtual “Extractivismos y su impacto en la sostenibilidad de la vida”, Cotidiano Mujer (Uruguay), 22 de abril. 

M.J. Lubertino Beltran (2022). Tratado Ecofeminista de Derechos Humanos. Derechos Humanos para el Buen Vivir. Igualdad en la diversidad y Armonía con la Naturaleza. Tomo IV.  Capitulo 19 Derecho al Ambiente, Derechos de la Naturaleza y Buen Vivir. Santa Fe, Rubinzal.

M.J. Lubertino Beltran (2022) El Derecho al Ambiente en la Ciudad de Buenos Aires. La participación ciudadana en su defensa. Buenos Aires, Jusbaires.

M.J. Lubertino Beltran (2020) “Ambiente, Género y Derecho: hacia un Derecho ambiental ecofeminista y un Estado feminista de Derecho”, en Poder Judicial de la Ciudad de Buenos Aires. Consejo de la Magistratura. MAFFIA, Diana y otras (Compil.). Intervenciones feministas para la igualdad y la justicia (Colección Género). Buenos Aires, Jusbaires

M.J. Lubertino Beltrán (2021) “Ambiente”, en GAMBA, Susana y DIZ, Tania (Compil.). Nuevo Diccionario de Estudios de Género y Feminismos. Buenos Aires, Editorial Biblos.

M.J. Lubertino Beltran. (2019). “Del Ambientalismo con perspectiva de género al Ecofeminismo” en Fundación Ambiente y Recursos Naturales (FARN). Revista Pulso Ambiental. Nº 12/ Septiembre. Págs. 22 a 25. 

M.J. Lubertino (2019), “Los Principios Ambientales Ancestrales del Buen Vivir en el Derecho Latinoamericano y su vigencia en el Derecho Argentino”. En N.A. Cafferata (Director). Revista de Derecho Ambiental Núm. 60, Octubre/Diciembre, ps. 414 a 456.

G. Merlinsky (Compil.) (2013). Cartografías del conflicto ambiental en Argentina. Buenos Aires, Fundación CICCUS y (2016), Cartografías del conflicto ambiental en Argentina 2. Buenos Aires, Ediciones CICCUS-CLACSO.

M. Svampa y E. Viale (2014), Maldesarrollo. La Argentina del extractivismo y el despojo. Buenos Aires, Katz.

Naciones Unidas (2015). Agenda 2030. Cumbre sobre el Desarrollo Sostenible, New York.

IPCC (2018), Informe sobre calentamiento global 1.5º C, Incheon (Corea) 

IPBES (2019), Informe sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas, París. 


María José Lubertino Beltrán 

Es abogada feminista especializada en derechos humanos con perspectiva de género y diversidades, especialista en derecho ambiental y doctora en Derecho (UBA). Diploma Superior en Ciencias Sociales con especialización en Ciencia Política (Flacso). Profesora titular de Principios de Derecho Constitucional y Derechos Humanos, profesora titular de Principios de Derecho Privado, profesora titular regular de Principios de Derecho Latinoamericano, profesora regular adjunta en Derechos Humanos a cargo de cátedra y profesora regular adjunta en Derecho Civil en la Facultad de Derecho de la UBA. Presidenta de la Asociación Ciudadana por los Derechos Humanos. Integrante y Cofundadora de la Campaña por el Derecho al Aborto Legal Seguro y Gratuito. Integrante de la Red de Defensoras del Ambiente y el Buen Vivir y de la Multisectorial Federal de Mujeres y Disidencias. Cocoordinadora de la Comisión de Equidad de Género del Consejo de la Sociedad Civil de la Cancillería Argentina. Integrante de AWID (Association for Women's Rights in Development). Integrante del Women’s Major Group de Naciones Unidas y del CSWNGO. Diputada nacional (mandato cumplido) Constituyente de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y Legisladora de la Ciudad (mandato cumplido). Expresidenta del Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo y extitular del Observatorio de Derechos de las Personas con Discapacidad. Integrante del Consejo Asesor ad Honorem del Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad.

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