Androcentrismo

por Tania Diz

Androcentrismo fue una categoría develadora en los ámbitos académicos, en los años 80 para cuestionar la asociación entre lo masculino y lo universal. Luego, a lo largo del pensamiento feminista, se fue complejizando y tomando otras formas que pueden asociarse a términos tales como logocentrismo, falocentrismo, falogocentrismo, colonialismo, transfeminismo, interseccionalidad, entre otras.

ANDROCENTRISMOEn los 80, fue Amparo Moreno quien se dedicó a profundizar en la noción de androcentrismo, ante la pregunta acerca del porqué del predominio del punto de vista masculino en los relatos históricos. Moreno afirma que androcentrismo es “la adopción de un punto de vista central, que se afirma hegemónicamente relegando a las márgenes de lo no-significativo o insignificante, de lo negado, cuanto considera im-pertinente para valorar como superior la perspectiva obtenida.” (1987, p. 29) Moreno observa críticamente que lo que se considera universal y general en verdad es específico: es un ser humano de sexo masculino que considera a lo femenino como su contrario complementario. Pero no sólo es un hombre sino que es el tipo de hombre que se sitúa en el centro y se impone sobre otros. Justamente, la palabra contiene la raíz griega “ANER, -DROS que se refiere no a cualquier hombre de cualquier condición o edad, sino a aquellos que han asimilado los valores propios de la virilidad y que imponen su hegemonía.” (29) Moreno explica que el concepto se remonta al pensamiento aristotélico y que si bien cambia según las variables de tiempo y espacio, se mantiene la idea central de la construcción de una hegemonía masculina que se presenta como única y atemporal. Es el punto de vista feminista el que devela que la variable “sexo” transparenta una forma de poder específica en la que la mujer queda en condición subalterna, cuestión esencial para sostener la hegemonía de la diferencia sexual. Desde una perspectiva feminista, podemos decir que los sentidos del androcentrismo son dinámicos, porque dependen de las pautas ideológicas y culturales de un tiempo y espacio específico; y esta es una buena estrategia para desandar las aserciones esencialistas, por sentido común asentadas en la biología, por la que se pretende eternizar el concepto y/o considerarlo objetivo.  La relación de poder intrínseca, además de la variable de sexo, supone en un sentido general la variable de clase, de raza y de nacionalidad.

Desde el punto del vista del lenguaje, es sabido que el signo no es neutro, sino, que es ideológico, Violi (1991) afirma que todo enunciado está sexuado, es decir, contiene huellas de la identidad  del enunciador o, en otras palabras, quien dice “yo”, lo hace  desde una identidad sexual en particular. La mujer, dice Patrizia Violi (1991), para acceder a lo universal del lenguaje y de la historia, debe renunciar a su propia singularidad, en cambio el varón no encuentra  contradicción entre su persona, su palabra y lo universal ya que “ la subjetividad masculina se ha convertido en la forma de la objetividad general y que lo que era manifestación de uno de los dos sexos se ha hecho norma y regla, la especificidad de lo masculino es al mismo tiempo lo que caracteriza a la individualidad de los hombres y la figura universal de la conciencia. (Violi, 1991: 152-3)

Con el desarrollo del pensamiento feminista, la noción de androcentrismo se fue complejizando hacia otros términos cercanos como el de logocentrismo y falogocentrismo. Luce Irigaray retoma y critica los planteamientos de la lógica logocéntrica y los parodia cuando sostiene que, si la mujer ha sido silenciada, no tiene lenguaje propio, por eso es que sólo le queda la imitación, como estrategia disruptora. De hecho, en Espéculo ella escribe como mujer que imita el discurso masculino. Al respecto, Braidotti agrega que “Este juego de imitación estratégica, de devolverle al texto lo que el texto le “hace” a lo femenino, llega a ser una práctica sumamente subversiva de la crítica del discurso.” (2015, p. 159) Si seguimos la lógica de su discurso, la mujer sólo puede hablar a través del discurso del hombre, por eso acude a la mimesis. La estrategia mimética, según Irigaray, es subversiva por el hecho de que no es una mera imitación de la realidad, sino que conlleva una parodia que puede, incluso, acercarse a la ironía, o sea, que puede afirmar lo contrario de lo que se enuncia.

Irigaray afirma que las mujeres son una paradoja ya que no son lo otro, como afirma De Beauvoir, sino, que directamente ocupan el lugar de lo no representable.  O sea, que las mujeres representan el sexo de lo que no puede pensarse en el lenguaje falogocéntrico. Para De Beauvoir, las mujeres son lo negativo de los hombres, en cambio para Irigaray, esta dialéctica establece un sistema que rechaza a las mujeres. Para Irigaray el sexo femenino, no es el otro del hombre o su carencia, sino, que es una ausencia, es lo que no es uno, o sea, que puede ser lo múltiple. Como explica Butler: “para Irigaray, la gramática sustantiva del género que implica a hombres y mujeres, así como sus atributos masculinos y femeninos, es un ejemplo de una oposición binaria que de hecho disfraza el discurso unívoco y hegemónico masculino, el falogocentrismo, acallando lo femenino como un lugar de multiplicidad subversiva.” (1999, p. 95)

Rosi Braidotti continúa el camino trazado por Irigaray y se propone aunar una perspectiva deleuziana del cuerpo con el devenir feminista de la diferencia sexual. Desde esta noción discute con otras feministas, ligadas a la corriente angloamericana, que proponen otra categoría: la de género, que es la que se recorrerá en el parágrafo siguiente. Braidotti propone una nueva concepción de la subjetividad basada en la condición nómade de la identidad como un modo multidiferenciado, no jerárquico que entra en intersección con el eje de la diferencia sexual. Braidotti afirma que la teoría feminista, no sólo se opone al falso universalismo del sujeto, sino que también es una afirmación de las diferentes formas de subjetividad posibles. Entonces, distingue el nomadismo feminista en tres fases, que no mantienen una relación de sucesividad, sino que operan simultáneamente en la sociedad. La primera fase sería la de la crítica al universalismo identificado con lo masculino, lo que supone la critica a la constitución de lo femenino como una alteridad desvalorizada. “La mujer como el otro continúa estando por encima o fuera del marco falogocéntrico que combina lo masculino con la posición (falsamente) universal. La relación ente el sujeto y el otro no es, pues, reversible por el contrario los dos polos de la oposición existen en una relación asimétrica.” (187) La segunda fase parte de una crítica a la anterior, porque considera que ésta generaliza el concepto de mujer sin tener en cuenta las diferencias que hay entre las mujeres. Así, el término mujer pasa a ser el significante que está codificado en una larga historia de oposiciones binarias y el término feminista es el significante que es capaz de reconocer la naturaleza construida de la mujer. Pensar los términos en tanto significantes abre la posibilidad de que el significado sea variable en relación al discurso, al tiempo y al espacio. Braidotti considera que el hecho de que la teoría feminista se desarrolle a partir del pensamiento posmoderno, que pone en crisis a la modernidad, permite que lo femenino sea pensado como una construcción histórica, y no como una esencia. Por eso, Irigaray  se refiere a una esencia positiva, De Lauretis a una construcción o Butler  a una actuación y, en sí, no son categorías que entren en colisión, sino que, más bien, coexisten dentro de un feminismo nómade.

El tercer nivel es el que destaca la complejidad de la estructura corporizada del sujeto. Así es como se basa en Deleuze para afirmar que la identidad es una energía de movimientos múltiples, fragmentados que, a su vez, se hallan en relación con otro, o sea, que la identidad está hecha de sucesivas identificaciones que escapan al control racional. El sujeto, para Braidotti, es múltiple y, a la vez, se halla anclado históricamente. Así, la diferencia sexual nómade es un concepto que “ofrece localizaciones cambiantes para las múltiples voces corporeizadas de las mujeres feministas.” (205)

En este sentido, la propuesta de Braidotti es superadora ya que no se ata a las polémicas internas, sino que, más bien, recoge de cada postura lo que considera más potente u original. Puntualmente, es la operación que realiza con las teorías de género, ya que si bien es crítica de éstas, Braidotti se coloca en lugar superación de la polémica, al reconocer la potencialidad teórica que poseen. Por otro lado, si se relaciona a la teoría de Braidotti con la de Butler, puede pensarse que, a pesar de que son corrientes teóricas diferentes, tienen en común la base teórica de la filosofía posmoderna – mayormente Deleuze-, lo cual supone una cierta cantidad de vasos comunicantes entre ambos cuerpos teóricos.

El pensamiento falogocéntrico sostiene un sistema de sexo- género como un mecanismo cultural que se apoya en la diferencia sexual – biológica- para convertir a varones y mujeres en sujetos con géneros bien diferenciados y relacionados jerárquicamente. Siguiendo a Scott, el género es pensado como una relación social primaria que, en su propia definición, es una relación de poder, que involucra a los símbolos de la cultura, su normativización se da a través de las instituciones y, así, induce a la subjetividad sexuada. Y, tensionando aún más esta categoría, puede decirse que el sexo es el resultado del aparato de construcción cultural nombrado por el género. Entonces, las identidades binarias de género, a su vez, son la expresión de una norma, o sea, que funcionan dentro del reglamento de género, en tanto condición de inteligibilidad cultural para cualquier persona, como lo expresa Butler (2006). A su vez, la inteligibilidad de los géneros depende de una cierta coherencia entre sexo, género, práctica sexual y deseo, que es justificada y explicada por el falogocentrismo.

Butler retoma la idea de que el género no existe antes de su regulación y relee dos advertencias de Foucault: que el poder regulador actúa sobre un sujeto preexistente y, a la vez, forma al sujeto; y que estar sujeto a un reglamento es, también, estar subjetivado por él, es decir, devenir como sujeto precisamente a través de la reglamentación. Entonces, el género es el sistema que normaliza lo masculino y lo femenino, junto con las formas intersticiales hormonales, cromosómicas, psíquicas y performativas que el género asume. Ahora, la dicotomía sexual no es la única forma del género, sino que es sólo su forma normativa. Es esencial, en este concepto no fusionar la definición de género con su expresión normativa, porque eso impide ver la emergencia performativa del género. Así, el género es el mecanismo a través del cual se producen y se naturalizan las nociones de lo masculino y lo femenino, pero el género, también, puede ser el lugar a través del cual dichos términos se deconstruyen. Dice Butler que “un discurso restrictivo de género que insista en el binario del hombre/mujer como la forma exclusiva para entender el campo de género performa una operación reguladora de poder que naturaliza el caso hegemónico y reduce la posibilidad de pensar en su alteración.” (2006: 70-1). En resumen, podemos decir que para Butler, la distinción entre sexo y género posibilita varias afirmaciones: que el género es una interpretación múltiple del sexo, que es evidente la discontinuidad radical entre los cuerpos sexuados y géneros culturalmente construidos, que el género es el medio discursivo/ cultural a través del cual la  naturaleza sexuada se establece como prediscursiva. El sexo, en consecuencia, es el resultado del aparato de construcción cultural nombrado por el género. Butler comprende el género como una categoría histórica, una forma cultural de configurar el cuerpo que está abierta a continuas reformas, razón por la cual el sexo no existe, sino es comprendido desde la cultura. Esto supone que el paradigma sexual femenino – masculino se reactiva inevitablemente en cada época y en cada cultura.

Haraway complejiza el término al decir que el falogocentrismo no sólo supone la dominación de las mujeres, de las disidencias de las personas de otras razas sino que también supone el dominio de la naturaleza y de los animales. Su hipótesis es que la tecnología desafía los dualismos al fusionar lo humano y la máquina, “los organismos biológicos se han convertido en sistemas bióticos, en máquinas de comunicación como las otras. No existe separación ontológica, fundamental en nuestro conocimiento formal de máquina y organismo, de lo técnico y de lo orgánico.” 

Por otro lado, la interseccionalidad es un punto de partida teórico que apunta a develar los mecanismos de poder, especialmente en relación al sexismo y al racismo, en este sentido dice Ahmed (2018) que una misión del feminismo es la de demostrar que ambos están relacionados con las injusticias del capitalismo. Esta perspectiva, a la vez, se complementa con la del materialismo que profundiza en la clase social. En síntesis, el feminismo clásico ha hecho evidente la raíz sexo- genérica que contiene el androcentrismo o el falogocentrismo y sin duda ha sido la matriz cognitiva desde la que en la actualidad se crítica con más matices esta ideología. Me refiero tanto a los debates sobre el lenguaje inclusivo, como las teorías sobre lo trans, el antiespecismo, el ecofeminismo, entre otras.
Tania Diz

Bibliografía
Ahmed, S. (2018). Vivir una vida feminista. Barcelona: Bellaterra.
Braidotti, R. (2015). Feminismo, diferencia sexual y subjetividad nómade. Barcelona: Gedisa.
Butler, J. (1999). El género en disputa. Barcelona: Paidós.
Butler, J. (2006). Deshacer el género. Barcelona: Paidós.
Haraway, D. J. (1995). Ciencia, cyborgs y mujeres: La reinvención de la naturaleza. Barcelona: Cátedra.
Moreno, A. (1987). El arquetipo viril protagonista de la historia: Ejercicios de lectura no androcéntrica. Madrid: Lasal
Violi, P. (1991). El infinito singular. Barcelona: Ediciones Cátedra.


Tania Diz es profesora de grado y posgrado en el área de literatura argentina, en la Universidad de Buenos Aires (UBA) e investigadora independiente en el Conicet con sede en el Instituto de Investigaciones de Estudios de Género (IIEGE-UBA). Publicó Alfonsina periodista. Ironía y sexualidad en la prensa argentina 1915-1925 (Eudeba, 2006); junto con Susana Gamba, Nuevo diccionario de estudios de género y feminismos (Biblos, 2021). Editó la prosa periodística de Alfonsina Storni, Imágenes de género, Prosas periodísticas (Eduvim, 2012), ¡Quiero trabajo! de María Luisa Carnelli (Eduvim 2018) y La calle de la tarde- Los días y las noches – El rumbo de la rosa de Norah Lange (Eudeba, 2019).  Es coordinadora, junto con Florencia Angilletta, del tomo Alzar la voz. Archivos, derechos y géneros que forma parte de la Historia feminista de la literatura argentina. Es la directora del archivo digital Huellas feministas, que reúne la obra de escritoras junto con documentos del feminismo del S XX.


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