Arte Feminista

por Claudia Mandel y Micaela Fernández Darriba

El arte feminista surge como concepto teórico en la década del 60.  En América Latina, se enmarca en acontecimientos políticos y sociales, como el movimiento revolucionario cubano y las dictaduras militares. Se caracteriza por ser una expresión estético-política de resistencia y denuncia, que se fortalece a partir de los años 80 con la restauración de las democracias. Entre sus características principales, destaca la apropiación del espacio público, la concienciación de «lo personal como político» y la crítica a la figura del «genio». Asimismo, busca reconocer históricamente las obras de mujeres y trazar una genealogía entre las producciones de las artistas. En la actualidad, el arte feminista se ha revitalizado con la «cuarta ola feminista» y abarca tanto el espacio público como el virtual en su lucha política. 

ARTE FEMINISTA. El arte feminista como concepto teórico emerge con fuerza a partir de 1960, esto no significa que antes de este período no se produjeran obras que pudieran asociarse con un arte feminista, aunque, es indudable que su definición y su sistematización surgen en este período histórico. 

En el contexto latinoamericano, el arte feminista se enmarca en la coyuntura de acontecimientos políticos y sociales concretos como el movimiento revolucionario cubano, las dictaduras militares del Cono Sur y los conflictos armados en Centroamérica. En este marco, la producción de arte feminista se legitima en la década del 70 como una vía de expresión estético-política de resistencia y denuncia, que consolida su praxis a partir de 1980, período en el que se restituye la democracia en algunos países sudamericanos. 

Es necesario subrayar que la coyuntura política en América Latina provocó cierta postergación de las demandas feministas en general y el arte feminista no fue ajeno a estos procesos. 

En este sentido, un tema clave del arte feminista continúa siendo la voluntad consciente de las artistas y colectivos de artistas por intervenir las relaciones de poder y transformar la realidad, y, en consecuencia, el arte feminista configura un espacio de dos dimensiones, una producción estética en articulación con otras producciones culturales socioeconómicas o políticas contemporáneas. 

Las historiadoras del arte feminista Griselda Pollock y Rozsika Parker en Old Mistresses: Women, Art, and Ideology (1981), construyen el marco contextual que conecta las historias específicas de las artistas con las formaciones sociales e ideológicas que delineaban sus intervenciones en la práctica. A partir del estudio de la historia de las mujeres en cuanto a las discontinuidades y especificidades, proponen tres ejes de análisis. El primero, investiga las condiciones de producción a partir de la relación de clase y género. El segundo, se concentra en el rol ejercido por las academias de arte en la formación de las artistas, a las que se les impedía el estudio del desnudo. El tercer eje, consistió en el análisis del papel ejercido por las mujeres en «el orden burgués» de producción del arte. 

Borzello (1995), define la crítica estética feminista como un texto sobre arte basado en la convicción de que la interacción de las mujeres con todas las formas del arte, es diferente de la interacción de los hombres, dando por sentado que la norma canónica es masculina. 

Las diversas expresiones del arte feminista, según dónde se desarrolle, presentan ciertas características constantes que, de acuerdo con María Laura Rosa en una entrevista (Antivilo, 2013), son: en primer lugar, el trabajo en colaboración, que fomenta un sentimiento de hermandad entre las integrantes, por un lado, y de crítica al culto al artista como figura individual, por otro. En segundo lugar, la lucha por la apropiación del espacio público que permite visibilizar las problemáticas de las mujeres. En tercer lugar, el arte feminista se caracteriza por el concepto de que lo personal es político, es decir que la obra de arte funciona como un instrumento de concientización de la vida y la experiencia cotidiana. En cuarto lugar, el activismo acompaña las prácticas artísticas y materiales. Asimismo, se reivindican las artes tradicionalmente categorizadas como artes menores (tapices, bordados, textiles, arte de la aguja, artes del papel etc.); también acompañan este proceso las instalaciones, performances, el video-arte, en los que se combinan diferentes lenguajes contemporáneos. En quinto lugar, se formula una crítica al artista como genio, ya sea a partir tanto de trabajos colectivos como anónimos. En sexto lugar, historiadoras, teóricas y artistas impulsan un reconocimiento histórico de las obras realizadas por mujeres y la necesidad de desarrollar genealogías, buscando tender puentes entre artistas del pasado y del presente. 

En Estados Unidos, en los años 70, las primeras artistas feministas desarrollan una «iconología vaginal», que cobra fuerza política centralizando la imagen-símbolo de lo específicamente femenino para subvertir las marcas de otredad con las que la mujer ha sido signada. La expresión «Cunt art», adoptada por Judy Chicago (Chicago, 1939) y Miriam Schapiro (Toronto, 1923-EE.UU., 2015), lejos de reducir a las mujeres a una identidad del orden de lo biológico, procura su deconstrucción. Ambas, consideradas artistas feministas «de primera generación», fundaron en 1970 el proyecto The Feminist Art Program, en Fresno, California, en el Institute of the Arts de Los Ángeles (CalArts). Este fue el primer programa de arte feminista, en el que se crearon grupos de lectura y debate sobre las experiencias de vida de las participantes, que luego serían plasmadas en sus obras. 

En 1972, el programa derivó en la exhibición colectiva Womanhouse en la que las artistas realizaron intervenciones en una casa victoriana de Hollywood. La obra de Chicago, una instalación en el comedor de la casa, The Dinner Room, fue precursora de su proyecto The Dinner Party (1973-79), una obra paradigmática del arte feminista. En 1973, Judy Chicago creó el Feminist Studio Workshop que permanece abierto hasta 1981. 

En México, la artista Mónica Mayer introduce un debate sobre la clasificación de las prácticas artísticas: «Arte sobre mujeres», es aquel cuya temática se refiere a las mujeres, realizado por hombres o por mujeres. «Arte feminista» es el arte en el que las artistas se asumen como tales. Por último, «arte de género», es el realizado por artistas influenciadas por las temáticas del feminismo, aunque estas no necesariamente se asuman como feministas (Mayer, 2004). 

En 1983, Mayer y Maris Bustamante fundaron el primer grupo de arte feminista mexicano, Polvo de gallina negra, cuyos objetivos eran analizar la imagen de las mujeres en el arte y en los medios de comunicación y estudiar y promover la participación de las artistas, crear imágenes a partir de la denuncia al sistema patriarcal. 

En la Argentina, a partir de la segunda mitad del siglo XX, se fundaron los primeros grupos feministas: la Unión Feminista Argentina (UFA), en 1961, y el Movimiento de Liberación Femenina (MLF), en 1971. Ambas agrupaciones partían de un feminismo radical de influencia anglosajona. 

En 1972, María Luisa Bemberg realiza el cortometraje «El mundo de la mujer», un registro visual de la exposición Femimundo, llevada a cabo en Buenos Aires, donde se expone la naturalización de un modelo de dominación y control sobre el cuerpo de las mujeres. 

El golpe de Estado de 1976 interrumpió el desarrollo del activismo feminista, lo que hizo que emergiera con fuerza el trabajo subterráneo, hasta la llegada de la democracia en 1983. El campo artístico no es ajeno a la apertura democrática y las artistas comienzan a exponer temáticas feministas. 

En 1983, nace Lugar de Mujer, fundada por Alicia D’Amico, María Luisa Bemberg, Marta Miguelez, Safina Newbery. 

Entre 1986 y 1988, Ilse Fuskovà, Josefina Quesada y Adriana Carrasco conforman el Grupo Feminista de Denuncia, en el que se cuestionan las situaciones de inequidad y violencia de género. 

En noviembre de 1986, bajo la coordinación general de Monique Altschul, se presentó en el Centro Cultural Ciudad de Buenos Aires (hoy Centro Cultural Recoleta) Mitominas I. La exposición tenía como objetivo reflexionar acerca de los mitos fundantes del «concepto mujer», para develar su construcción en el discurso y en la representación. 

En 1988, se lleva a cabo, en el mismo espacio, Mitominas II. Los mitos de la sangre. Entre los temas más destacados se encuentran la violencia de género y la problemática del VIH, lo íntimo y lo privado como un tema político, la construcción de la sexualidad, los roles asignados a los sexos, el cuestionamiento de la heteronormatividad y de los mitos que consolidan los estereotipos y la opresión femenina. 

En la década del 80, se dio en la Argentina un proceso significativo con el retorno de las feministas que enriqueció el debate y la reflexión sobre las construcciones tradicionales. 

En los años 90, se adoptaron categorías ligadas a discursos propios de los centros hegemónicos, que silenciaron la producción artística e intelectual lograda por el feminismo local desde los 60. Este discurso construyó una nueva noción denominada «arte de género», vinculado con teorías provenientes de Europa y Estados Unidos. De ese modo, se produjo el pasaje del discurso del feminismo al de la enunciación del género. 

En la región, con el nuevo siglo, surgió un nutrido grupo de artistas que trabajaron desde una mirada local y con un incipiente discurso feminista, sobre diferentes concepciones basadas en la temática del cuerpo, la violencia, la salud sexual y reproductiva. 

En la actualidad, la categoría de arte feminista interpela fuertemente a las artistas. Se debe destacar que en este período el feminismo y el arte reivindicativo feminista ha pasado a tener una carga positiva, fundamentalmente a partir de 2015. 

La llamada «cuarta ola feminista» legitimó un discurso postergado durante años y, al mismo tiempo, habilitó otro tipo de disciplinas vinculadas con acciones callejeras e intervenciones urbanas, es decir la toma del espacio público y el espacio virtual, siendo este último no sólo un lugar de convocatoria, sino también de intervención artística y de recursos para la producción de obra, enmarcada fundamentalmente en la denuncia política.

Micaela Fernández Darriba - Claudia Mandel Katz


Bibliografía

J. Antivilo. (2013), Arte feminista Latinoamericano. Rupturas de un arte político en la producción visual. Tesis para optar al grado de Doctora en Estudios Latinoamericanos. Universidad de Chile, Facultad de Filosofía y Humanidades. F. Borzello. (1995), ¿Predicar a los conversos? Las publicaciones feministas sobre arte en los ochenta, en: K. Deepwell, Katy (editora). (1995), Nueva crítica feminista de arte. Estrategias críticas. Madrid: Ediciones Cátedra.  A. Giunta. (2018), El feminismo y el arte latinoamericano. Historias de artistas que emanciparon el cuerpo, Buenos Aires, Siglo XXI editores. M. Mayer. (2004), Rosa chillante: mujeres y performance en México, Ciudad de México, Conaculta-Fonca, Pinto mi Raya, AVJ. - R. Parker y G. Pollock. (1981), Old Mistresses: Women, Art and Ideology, Londres, 

River Oram Press. M.L. Rosa. (2014), Legados de libertad: el arte feminista en la efervescencia democrática, Buenos Aires, Biblos.


Claudia Mandel Katz. Licenciada en Artes (UBA). Magíster Artium. Doctora en Estudios de la Sociedad y la Cultura. Doctora en Historia (Universidad de CostaRica). Fundadora y directora del Museo de las Mujeres de Costa Rica. Autora de Mapa del cuerpo femenino (2010) y Estéticas del borde (2016).

Micaela Fernández Darriba. Licenciada en Ciencias de la Comunicación (UBA). Cursó las maestrías en Historia del Arte (UNSAM) y en Crítica de Arte (UNA). Integra la Red de Geografías y Epistemologías Feministas del Sur Global, la Red Musa Palabra y la organización La igualdad en Juego.


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