BINARISMO. Se llama “binarismo” a la tendencia a pensar y dar sentido a lo que existe a partir de pares de opuestos. Se ha señalado que se trata de una matriz de pensamiento característica de Occidente que se remonta a la Antigüedad griega (en ocasiones de manera demasiado simplista), fomentada e institucionalizada por el colonialismo. Su red de oposiciones (verdadero-falso; sensible-inteligible; sujeto-objeto; bueno-malo, etc.) trama el orden del mundo y del pensamiento en todas sus formas, estableciendo condiciones sobre el modo en que concebimos fenómenos de distinta naturaleza – incluyendo procesos biológicos, acontecimientos históricos, eventos políticos y experiencias subjetivas.
La economía de la diferencia del binarismo ha sido blanco de un catálogo heterogéneo de objeciones. Los modos en que construye la alteridad (se llame Oriente, salvaje, extranjerx, enemigx) y las consecuencias prácticas que esto trae aparejado han convocado a una gran variedad de intelectuales a auscultar sus polos de sentido y a tratar, cuanto menos, de imaginar un pensamiento capaz de sustraerse al imperio de su principio dicotómico. Los estudios decoloniales, poscoloniales, los estudios críticos de la raza, el postestructuralismo, el feminismo, la teoría queer y los estudios trans han colaborado con este programa. La genealogía, la deconstrucción, la hibridación cultural, la redefinición de la sociedad a partir de sus entre lugares, el mestizaje, el duelo a los dualismos, la dislocación de la identidad, son solo algunas de sus propuestas.
En la actualidad, la crítica al binarismo, cuando no el imperativo de subvertirlo, parece ser el denominador común de una gran variedad de corrientes teóricas y políticas. Pero ¿qué es lo que se critica exactamente? Dado que una respuesta general exige mayor extensión de la que permiten estas páginas, y considerando el foco de este Diccionario, la respuesta a continuación se concentrará específicamente en el llamado “binarismo de género”. La decisión de comenzar por las críticas no es arbitraria, ya que de la reconstrucción de cada una se seguirá una descripción que echará luz sobre distintos aspectos relevantes.
El repudio provocado por el binarismo de género ha encontrado tanta adhesión y popularidad que se ha convertido en una de las premisas básicas de distintas líneas de trabajo intelectual y político. Tal vez sea este el motivo por el cual el despliegue de la crítica con frecuencia resulta irrelevante o innecesario para sus defensorxs. De hecho, con demasiada frecuencia, el epíteto “binario” suele ser suficiente para desacreditar (teórica y moralmente) a unx interlocutorx, una corriente de pensamiento o una institución. De esta manera, la simpleza del recurso sinecdóquico sustituye un detalle preciso de objeciones. Esta adopción tiene sus riesgos, después de todo, no todas las críticas esgrimidas contra el binarismo son la misma crítica y, por lo tanto, no todas las maneras de desafiarlo son equivalentes ni satisfacen las expectativas de todxs.
Con el fin de colaborar con una descripción general del binarismo de género, en lo que sigue se distinguirán algunas de sus dimensiones problemáticas. Por supuesto, no se pretende agotar con ello todos los aspectos problemáticos alcanzados por las críticas, entre otras cosas porque en ellas suelen estar imbricadas algunas o todas estas dimensiones a la vez. Se trata, más bien, de una distinción de carácter analítico, tentativa y mejorable.
1. El binarismo de género se presenta formalmente como una disyunción exclusiva, esto significa que supone que sus dos alternativas se excluyen mutuamente (ningún ser humano es a la vez mujer y varón) y son conjuntamente exhaustivas (todo ser humano es o bien mujer o bien varón). Como clave hermenéutica, el binarismo de género es un obstáculo epistemológico, un corset interpretativo que impide dar sentido a la diversidad de lo que es. Las categorías fijas “mujer” y “varón”, sin cruces posibles y sin afuera, limitan la actividad de pensar la fluidez y multiplicidad del género, que se revela irreductible a los límites estrechos de estas dos opciones.
2. Las dicotomías esconden relaciones sociales asimétricas que favorecen la dominación de un grupo sobre otros. Las distintas expresiones del feminismo han asumido la tarea de evidenciar y poner en cuestión que, como estructura de organización social, el binarismo de género supone una jerarquía que privilegia a los varones (cis) por sobre las mujeres (cis). Las disparidades entre ambxs se expresan, por ejemplo, en los obstáculos y restricciones aplicados a la participación de mujeres (cis) en la esfera pública, en la desproporción salarial y en la desigual distribución de responsabilidades y oportunidades.
3. Cuando las taxonomías diádicas son reificadas, es decir, son convertidas en dualismos ontológicos, se entiende que “el orden de las cosas” está naturalmente organizado en porciones discretas, identificables y ahistóricas, que luego son reflejadas por las clasificaciones humanas. Una postura semejante se sostiene sobre los supuestos de que no se lee el mundo con categorías humanas, sino que, por el contrario, éste pone sus categorías, que son las que le corresponden. En el caso del género, el paso de una distinción ordinaria a una dicotomía metafísica presume (y defiende) la existencia a priori del dimorfismo sexual (añadiendo así un binario detrás de otro), la relación mimética entre sexo y género, y su conveniencia moral. En este sentido, el binarismo de género es un régimen epistémico/ontológico, una matriz de producción de sujetos anclada en la diferencia sexual, entendida ésta como diferencia bioanatómica que distinguiría universalmente hembras y machos, generizadxs como mujeres y varones respectivamente.
Aunque se presente como una ley natural, el binarismo se define por el papel de exigencia y coerción que es capaz de ejercer con respecto a los ámbitos en que se aplica. La norma, por consiguiente, es portadora de una pretensión de poder. No es simplemente, y ni siquiera, un principio de inteligibilidad; es un elemento a partir del cual puede fundarse y legitimarse cierto ejercicio del poder. En todo caso... la norma trae aparejados a la vez un principio de calificación y un principio de corrección. Su función no es excluir, rechazar. Al contrario, siempre está ligada a una técnica positiva de intervención y transformación, a una especie de proyecto normativo (Foucault, 2001: 54).
La norma impacta de manera desproporcionada sobre personas trans e intersex, entendidas “no [como] excepcionalidades subjetivas capaces de minar, en su aparición, la metafísica de la normalidad, sino … [como] formas excepcionalmente crueles de suturar la normalidad misma: su núcleo inhabitable, su costura” (Cabral, 2006:61).
Vemos que cada una de estas dimensiones refleja distintos aspectos del binarismo: la dicotomía y sus consecuencias hermenéuticas, la jerarquía entre los miembros en oposición, y su carácter normativo. Quienes abogan por la incorporación de tales o cuales identidades de género al inventario oficial depositan el peso de su crítica en el primer aspecto mencionado, aunque no necesariamente sobre el segundo y el tercero. La proliferación de categorías genéricas no es suficiente ni necesaria para desmontar las asimetrías de género ni la norma que ata características sexuales e identidades genéricas, y es compatible con ellas.
Muchas identidades culturales han sido consideradas como un “tercer género” por fuera del binario y exotizadas por investigadorxs frenéticxs de distintas disciplinas y procedencias (Towle y Morgan, 2002). Hoy en día, identidades contemporáneas emergentes son recibidas con la misma fascinación. Las primeras tienden a ser presentadas como constatación fáctica de una diversidad primordial; las segundas como promesa de la emancipación. Dado que se identifica el problema del binarismo con su base diádica, la adición de un tercer dígito puede ser considerada como una transgresión.
Con frecuencia las personas trans han sido calificadas por default como “no binarias” (con el corolario problemático de que nunca serán propiamente ni mujeres ni varones, aun si así es como se identifican). En esta línea, en Sudamérica, la identidad travesti ha sido celebrada como inherentemente subversiva del binarismo de género, en ocasiones como síntesis superadora. Más recientemente, la categoría “no binarix” ha sido reivindicada como una etiqueta identitaria en sí misma (Thorne et al., 2019).
En cuanto al segundo punto presentado más arriba, quienes aspiran a la horizontalidad o a la inversión de la jerarquía en las relaciones sociales entre mujeres (cis) y varones (cis) no están necesariamente comprometidxs con el aumento de las identidades genéricas, y suelen reforzar la norma del dimorfismo sexual y sus ideales de concordancia. El foco problemático que lxs moviliza no es el binarismo en sí mismo, sino el orden social en virtud del cual las mujeres (cis) son subordinadas a los varones (cis). En este punto, si bien el binarismo no es condición de necesidad de la jerarquía, sí colabora con ella a partir de la economía de la carencia y la negación. La clave analítica del patriarcado ha servido al feminismo para poner de manifiesto el modo en que la sociedad regula las relaciones sociales colocando a las mujeres (cis) en posiciones de sumisión, asignándoles rasgos inferiores respecto de aquellos adjudicados a los varones (cis) y limitando sus posibilidades de participación en todas las esferas de la vida.
La búsqueda de una plena igualdad de derechos y oportunidades entre mujeres (cis) y varones (cis) por medio de una representación equilibrada suele traducirse en medidas de acción positiva. Es el caso de las cuotas para mujeres en ciencia o en la conformación de las fórmulas presidenciales, por ejemplo. Estas y otras estrategias de paridad están diseñadas para un universo conformado solamente por mujeres cis y varones cis, con lo cual el reconocimiento de otras identidades genéricas (si existe) no suele impactar en el cálculo de las proporciones. Por otra parte, la determinación de quiénes son las destinatarias de estas medidas supone la univocidad de los términos en oposición, dando por sentado que la coherencia interna de cada elemento del par está dada o bien por las características sexuales de los individuos, o bien por el modo en que se identifican. En el primer caso, se establece que sólo las mujeres cis son mujeres y en el segundo que las oportunidades y privilegios de los varones cis alcanzan también a los varones trans. En suma, se puede desafiar la jerarquía preservando el binario, junto con los problemas que trae aparejados.
Finalmente, quienes ponen en cuestión el carácter normativo del binarismo de género apuntan a desmantelar la norma que inscribe la diferencia sexual en los cuerpos y supedita el reconocimiento de la identidad a la portación de características físicas “correctas”. Las iniciativas animadas por este objetivo son más ambiciosas que las anteriores: no se satisfacen con el incremento de categorías genéricas y su reconocimiento institucional, ni con la igualdad real entre mujeres cis y varones cis, aunque contribuyen con estos objetivos. Por un lado, porque ponen el acento en la relación contingente entre las características sexuales y la identidad de género de las personas, enloqueciendo las categorías genéricas disponibles y derribando sus estándares corporales. Por el otro, porque contribuyen a socavar los mitos de las identidades sustantivas y homogéneas, complejizando el mapa de las relaciones de poder, que no se producen de manera aislada y unidireccional. Como señala Moira Pérez (2017), un abordaje que no se quede en la superficie del (binario de) género hace lugar a investigaciones, a iniciativas de intervención y a alianzas políticas más prometedoras.
BLAS RADI
Bibliografía
Cabral, M. (2006). El cuerpo en el cuerpo. Una introducción a las biopolíticas de la intersexualidad. Orientaciones: revista de homosexualidades, Extra-11, pp. 47-68.
Foucault, M. (2001). Los anormales. Madrid, Akal.
Pérez, M. (2017). La cadena sexo-género-revolución. Estudos Feministas, 25 (2), pp. 435-451.
Thorne, N., Kam-Tuck Yip, A, Bouman, W. P., Marshall, E. y Arcelus, J. (2019). The terminology of identities between, outside and beyond the gender binary – A systematic review, International Journal of Transgenderism, 20:2-3, pp. 138-154
Towle, E. B. y Morgan, L. M. (2002). Romancing the Transgender Native: Rethinking the Use of the “Third Gender” Concept. En GLQ A Journal of Lesbian and Gay Studies, 8(4), pp. 469-497.
Blas Radi es profesor de filosofía (UBA), becario doctoral (CONICET) y activista de DDHH. Es docente en la cátedra de Gnoseología y Filosofía Feminista y es co-oordinador de la Cátedra Libre de Estudios Trans* en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. En la actualidad su investigación se enmarca dentro de la teoría del conocimiento y recurre a las herramientas provistas por la corriente analítica de investigación epistemológica contemporánea. Su trabajo se concentra en la articulación del fenómeno epistémico de la ignorancia, la injusticia testimonial y la injusticia hermenéutica. Sus publicaciones pueden encontrarse en
https://www.aacademica.org/blas.radi