Biología

por Lu Ciccia

En esta entrada exploro la noción de biología desde los saberes que hace unos 30 años fueron habilitados a través de los fenómenos de plasticidad y epigenética. Para ello, cuestiono la dicotomía naturaleza-cultura desde dos de sus pares específicos, y que resultan fundamentales para los Estudios de Género y los Feminismos: el par cuerpo-mente y el par sexo-género. Muestro que desde los fenómenos descritos los extremos del par se diluyen y la biología se nos ofrece como aquello vivo, fluctuante y dinámico, capaz de ser (re)apropiada para rebatir las lecturas esencialistas y biologicistas que perpetúan la actual lectura jerárquica de los cuerpos, anclada en valores cis-heteronormativos.

BIOLOGÍA. Resulta difícil pensar en la noción de biología desde los Estudios de Género y los Feminismos sin connotaciones negativas. Y este hecho lejos de ser azaroso, deriva de lo que se ha constituido como el saber científico moderno. Aquí dos precisiones merecen la pena. La primera de ellas es que los Estudios Decoloniales han subrayado que la modernidad no se trató de un proceso intra-europeo, sino que fue parte constitutiva de la expansión colonial. Motivo por el cual, es adecuado referirnos al saber científico en tanto un saber moderno-colonial. La segunda precisión que resulta fundamental es que la constitución de cualquier saber, y aquellos que emanan de las diferentes disciplinas científicas no son la excepción, requiere de cierto consenso social para legitimarse. Para el caso que nos ocupa, nuestro imaginario acerca de la biología encarna los discursos expertos y lo que comúnmente ha sido aceptado de ellos, aunque esto no implica que no haya habido resistencias a tales discursos, algo que, en efecto, puede constatarse en cada momento de la historia al menos desde el siglo XVIII.

De acuerdo con lo anterior, hasta los ´90 fue comúnmente aceptada la dicotomía naturaleza-cultura para conceptualizarnos en tanto seres biológicos. En otras palabras, si bien en un sentido semántico existían críticas que buscaban enfatizar que la interpretación de lo que somos está mediada por ciertas cargas culturales, dichas críticas no solían incluir la biología en un sentido material. Acá nuevamente vale la pena hacer dos menciones. La primera de ellas es que en nuestras culturas esa carga cultural se enmarca en un sistema de valores androcéntrico, es decir, hecho desde la mirada de la cis-masculinidad blanca, adulta y propietaria. Es por eso que se ha mostrado cómo la idea de biología desplegada durante la modernidad-colonialidad fungió en tanto justificación para respaldar la supremacía de dicha masculinidad por sobre el resto de corporalidades. Hecho que supuso una lectura de los cuerpos tanto en clave de sexo como en términos de raza. De esta manera, sobre el presupuesto acerca de que biología es destino se organizó la vida social de los contextos pre-capitalistas, implicando la reducción de la cis-feminidad blanca a la esfera doméstica, y la bestialización de personas negras e indígenas. La premisa biología es destino supuso reducir nuestras capacidades cognitivas-afectivas-comportamentales a nuestros organismos y, al mismo tiempo, aceptar una interpretación mecanicista de los mismos. La segunda mención, y relativo al marco donde se desarrollan nuestros consensos acerca de lo que la biología es, solemos vincular el par naturaleza-cultura con el par sexo-género. En este sentido, las críticas desde una perspectiva semántica han caracterizado que las normativas de género permean nuestra lectura de los sexos. Sea considerando que la materialidad del cuerpo es un hecho pre-discursivo, sea sosteniendo que en realidad nada existe antes del discurso, nuestra biología nunca fue puesta en movimiento desde una lectura material. Es decir, los análisis solían ahondar en cómo cambiaron los conceptos biológicos para describirnos, pero no se ocupaban de indagar las maneras en las que las prácticas sociales pueden modificar nuestro organismo al impactar en distintos procesos fisiológicos, volúmenes de estructuras, patrones de activación neuronal, etc, Ocuparnos de esto supone asumir que la biología es compleja, mediadada no sólo discursiva sino materialmente, y cuestiona nuestra aceptación del saber moderno-colonial en al menos dos sentidos. Primero, habilita profundizar en la relación entre biología y capacidades cognitivas-afectivas comportamentales, y este análisis contribuye a delinear qué no es la biología, y cuáles son sus límites explicativos. Segundo, nos permite cuestionar la interpretación mecanicista, en tanto programaciones internas, más o menos permeables al contexto, según los grados y la manera que ha habido de incorporar la perspectiva evolutiva. Cuestionar el paradigma moderno-colonial que permea nuestro imaginario acerca de la biología supone no caracterizar que “las capacidades cognitivas-afectivas-comportamentales son causadas por lo biológico y somos programaciones definidas por los roles en la reproducción -sexo-, pero el problema es que esta realidad se implementó/implementa para leer diferencias en clave jerárquicas”. En contraste, el problema está en aceptar que eso es real.

Al abordar la problemática de que es la biología sólo en un sentido interpretativo, es decir, fundamentalmente semántico, se acepta la dicotomía naturaleza-cultura, donde la cultura cobra protagonismo y los discursos ocupan el primer plano para las críticas, mientras que lo biológico y la noción de biología en sí no parecen estar en el centro del debate, o al menos no de manera profunda. En este sentido, desde la modernidad-colonialidad distintos feminismos blancos han subrayado que la posibilidad de gestar no implica la inferioridad cognitiva de dichas corporalidades respecto de la cis masculinidad blanca. Sin embargo, otros rasgos implicados en el comportamiento, como la identidad, la sexualidad, en tanto orientación y en tanto líbido, y la agresión, por mencionar algunos, no han sido problematizados de la misma manera, dejando a la biología poder explicativo para ciertas capacidades, pero, de manera arbitraria, no para otras. La filósofa de la biología Siobhan Guerrero caracteriza de biologicismo ingenuo las admisiones acríticas que se han hecho respecto de cierta relación causal entre sexo y otros rasgos, como la identidad de género, y el rechazo de la misma relación en otros aspectos.

Para no caer en este biologicismo ingenuo, necesitamos ahondar en la relación naturaleza-cultura desde el par cuerpo-mente. Esto supone preguntarnos que es la mente y qué relación existe con nuestra biología.

Como describí, suele ser comúnmente aceptado que la biología es necesaria para tener mente. Más precisamente y de acuerdo con el paradigma moderno-colonial, el cerebro encarna aquello esencial para tener mente. Creo que nadie estaría en condiciones de negar este principio de necesidad. Distinto es el caso cuando exploramos la condición de suficiencia. Por ejemplo, ¿es suficiente el cerebro para tener estados mentales, tales como los implicados en nuestra identidad, sexualidad, etc.? Las lecturas reduccionistas sostienen que sí. Sin embargo, existen quienes tienen/tenemos lecturas contrarias. Según la filósofa de la mente Diana Pérez todo aquello que implique verbos psicológicos, como desear, creer, amar, requiere lenguaje mentalista, no traducible a lenguajes biológicos, por más exhaustivos que estos pudieran ser. Es importante destacar que ninguna postura se basa en la evidencia científica que hoy asumimos como única forma de legitimar conocimiento. Es decir, no hay experimentos que demuestran una cosa u otra. Pero, desde la postura que abreva por el lenguaje mentalista tenemos argumentos para sostener que, si bien la materialidad biológica nos permite tener mente, esta no es reductible a aquella. Veamos un ejemplo concreto siguiendo la filosofía de Pérez. Supongamos que sabemos todo lo que hay que saber sobre el cerebro y el resto de nuestro organismo. Estamos en condiciones de medir con eficacia y precisión todos los fenómenos fisiológicos que nos constituyen. Viene una amiga a tomar mate a casa y me dice, “¿Che, qué tenés? Te siento estresada”. Yo, “Sabes que tengo alto los niveles de cortisol”. Ella, “¿Y qué más?”.Yo, “presión alta, ritmo cardíaco acelerado.” Ella, “Bueno, pero ¿qué más?”. Yo “me siento presionada por que tengo que terminar de escribir la entrada BIOLOGÍA para el Diccionario digital colaborativo feminista”. ¿Cómo describimos biológicamente lo que mi amiga y yo entendemos que significa la presión laboral en este contexto?

Lo que quise mostrar es que mi sentimiento de estrés, o el sentimiento de mi amiga de sentirme estresada, que implican verbos psicológicos, no son ni serán susceptibles de reducirse a un dato biológico para quienes defendemos que esos estados psicológicos exceden nuestras descripciones biológicas. En suma, al pensar en la relación entre mente y biología podemos decir que la biología es una condición de posibilidad para tener mente, y que la biología no es aquello que describe estados psicológicos. En cambio, la biología está presente en las correlaciones, es decir, existen correlaciones entre estado psicológicos y parámetros biológicos, sin implicar que estos parámetros causen dichos estados.

Siguiendo el ejemplo anterior, puede que mi estado de estrés se refleje en mayores niveles de cortisol, pero la singularidad de aquello que vivo no es capturada en esta correlación, y tampoco tener niveles basales de cortisol elevados causará que sea más reactiva en mi vida diaria. La biología entonces no es aquello que causa mi diversidad de estados mentales, pero sí es aquello que se mueve al ritmo de ellos.

Lo anterior nos sitúa en un lugar diferente para problematizar las interpretaciones mecanicistas desde las cuales se asume que la producción de cierta célula sexual, es decir, ovocitos/esperma, va a suponer dos formas biológicas -dimorfismo sexual- debido a los roles en la reproducción. Y en este punto entramos al par sexo-género.

Si, como vimos para el caso cuerpo-mente y el ejemplo del cortisol, es cierto que nuestros estados psicológicos se biomaterializan y, a su vez, la cultura se entreteje de manera constitutiva con nuestras mentes, Igualmente cierto es que nuestras prácticas sociales generizadas se expresan biológicamente. En este sentido,  a interpretación mecanicista ha sido invalidada por el fenómeno que nos caracteriza como especie: nuestra gran plasticidad. Es decir, la capacidad de  transformamos biológicamente a través de nuestra experiencia, algo que, en efecto, explica los correlatos entre estrés y cortisol. Desde esta lectura, la idea positivista de biología, en tanto rígida, determinada y determinante, es desplazada por nuestra flexibilidad comportamental-celular. Así, la idea de plasticidad fisura los pares dicotómicos naturaleza-cultura, cuerpo-mente, sexo-género. Opera como una especie de puente molecular desde el cual terminan por deshacerse los extremos de cada par. Y este puente molecular, en un sentido literal-material, se construye a través de las regulaciones génicas que cambian a lo largo de nuestra vida, en sincronía con nuestras prácticas y hábitos. Este fenómeno de regulación se conoce como epigenética: epi es “sobre” los genes. Las lecturas genocéntricas, que actualizaron el saber moderno-colonial mecanicista en clave genética para sentenciar que el código genético está escrito y nos define en términos biológicos, no se sostienen. 

El giro epigenético que tuvo lugar hace unos 30 años nos muestra que nada está menos definido que nuestra biología. Y esto no sólo por la posibilidad de realizarnos intervenciones quirúrgicas/hormonales, sino también por el hecho de existir y movernos en el mundo. La epigenética es un fenómeno que no sólo explica que a partir del mismo material genético nuestras células se diferencien en tejidos distintos, y por eso tenemos hígado, pulmones, riñones, manos, etc, En cambio, el giro epigenético se debió principalmente a la comprobación de que los cambios regulatorios acontecen a través de comportamientos cotidianos. Así, por ejemplo, conductas de competencia aumentan las concentraciones de testosterona, hecho explicado por, y articulado en, los fenómenos de plasticidad y epigenética.

Este tipo de hechos debilitan especialmente las distinciones entre sexo y género, pues sabemos que la testosterona ha sido la hormona estrella para suponer que la categoría sexo describe la existencia de un dimorfismo sexual, innato y rígido. Sin embargo, prácticas atravesadas por las normativas de género, como lo es la competencia, más habilitada en la cis masculinidad, puede impactar en los niveles de esta hormona. Nuestro organismo no compartimentariza, es decir, no “guarda” en lugares diferentes la testosterona que “viene” del tipo de célula sexual que un cuerpo podría sintetizar, de aquella que viene de “prácticas sociales y hábitos atravesados por las normativas de género”. En ambos casos, la testosterona resulta de regulaciones génicas, imposibilitando verdaderamente conocer cuánto hay “por un motivo” y cuánto “por otro”. Porque estas regulaciones siempre son según un contexto que no admite pre-socialidad para referir a nuestra biología, puesto que estamos inmerses en valores sociales desde que somos procesos de gestación. Valores que en nuestras culturas son cis-heteronormativos, y por ello implican ciertas prácticas generizadas, como el cuidado, que disminuye los niveles de testosterona y que usualmente recae en las cis-mujeres, o estrés paras las personas que somos de la comunidad LGBT y nos vivimos entre discursos LGBTodiantes, que puede materializarse en altos niveles de cortisol.

En definitiva, ¿cuál es el sentido de referirnos a los niveles “naturales” de testosterona”, si no los medimos en personas inmunes a las normativas de género? ¿Qué es entonces la biología? La biología parece ser lo más vivo y dinámico, aquello que expresa nuestras prácticas, quienes somos, como nos vivimos, la vitalidad del deseo, en contextos específicos. Es condición material para nuestros estados psicológicos. La biología no está ni del lado de la naturaleza ni del lado de la cultura; la biología nos muestra que estas distinciones no describen la realidad de nuestras células, sino que prescriben lo que puede nuestro cuerpo en el marco de las normativas modernas-coloniales. Hablar de biología y género, lejos de remitirnos a sus connotaciones negativas en tanto que ha servido a lecturas esencialistas y biologicistas, debe situarnos en una (re)apropiación que suponga una profunda reflexión acerca de cuáles son los alcances que tiene nuestra plasticidad en relación a las diferencias biológicas que hoy se observan entre cis varones y cis mujeres. Nuestra realidad biológica nos habla del anacronismo de la categoría sexo en tanto punto de corte capaz de reflejar nuestras habilidades cognitivas-afectivas-conductuales y otros parámetros biológicos, tales como concentraciones de testosterona, y desde aquí, una seguidilla de factores no directa pero si indirectamente ligados al sexo, como metabolización hepática, desarrollo de la masa muscular magra, densidad ósea, prevalencia y desarrollo de enfermedades, etc. Nuestras prácticas sociales modifican todos los parámetros descritos. Nuestra biología nunca refleja a seres sin cultura, en cambio, cada célula encarna la constante biomaterialización de nuestras prácticas sociales. Muchas científicas feministas hoy están expandiendo este significado de la biología, hemos criticado por este motivo la categoría sexo como variable biológica, pues ignora que la experiencia de género se biomaterializa, y nunca, NUNCA, vemos pre-socialidad en nuestros organismos. El consenso social para guiar esta nueva forma de conceptualizarnos, de desplazar el saber moderno-colonial, desandar sus sesgos y conocernos desde un paradigma diferente, requiere de nuestra legitimidad. Hoy somos ese momento de la historia, donde nos toca aproximarnos a lo que estos Feminismos Críticos tienen para decirnos desde las Ciencias Biológicas.

Lu Ciccia

Bibliografía

Ciccia, l. (2022) La invención de los sexos. Cómo la ciencia puso el binarismo ennuestros cerebros y cómo los feminismos pueden ayudarnos a salir de ahí, Siglo XXI Editores, Buenos Aires/Ciudad de México

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Lu Ciccia es Doctora en Estudios de Género por la Universidad de Buenos Aires (UBA),  Argentina, y Licenciada en Biotecnología por la Universidad Nacional de Quilmes (UNQUI). Actualmente es investigadora del Centro de Investigaciones y Estudios de Género CIEG-UNAM. Es autora del libro “La invención de los sexos. Cómo la ciencia puso el binarismo en nuestros cerebros y cómo los feminismos pueden ayudarnos a salir de ahí”, publicado en el año 2022 por SIGLO XXI Editores en Argentina, México, y España.

Sus líneas de investigación son: salud mental, neurociencias y el problema mente/cuerpo; Plasticidad, epigenética y reinterpretación de las diferencias psicológicas/biológicas en el marco de las normativas de género. 

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