La persecución de brujas forma parte de la Edad Moderna, contrariamente a quienes lo atribuyen erróneamente a la época medieval. Se trataba de establecer el control sobre los elementos de la sociedad que se percibían como peligrosos o discrepantes del orden establecido. Desde mediados del siglo XX, los estudios sobre la brujería han resultado fundamentales para comprender la relación entre género y poder en la sociedad occidental. La llamada “caza de brujas” está demostrada en manuales inquisitoriales y otros documentos de la élite sacerdotal y no hay dudas que la persecución hacia las causas de las mujeres y disidencias implico políticas de dominación.
BRUJAS. El uso de acusaciones de brujería era una herramienta política contra las mujeres que eran atacadas por un sinnúmero de razones que iban desde el escrutinio dado a su conducta sexual hasta su disputado lugar en las esferas doméstica y pública, razones basadas en deslegitimarlas en los ámbitos dominados por los hombres de gobierno, religión, guerra y comercio. La imagen de la bruja era mucho más compleja que la de la mujer víctima y débil y su condena revela una narrativa implícita de lo femenino dentro de sociedades estrictamente patriarcales. En esa época las mujeres eran capturadas y adscriptas a roles fijos en instituciones de encierro: especiales, como el matrimonio; de placer masculino, como los burdeles, y de renuncia y ofrenda, como los conventos. Para las que no consintieron estos destinos, el camino fue la hoguera y, más adelante, el manicomio. Es pertinente destacar que el concepto de bruja hacia mujeres y disidencias fue la clasificación donde los varones encontraron espacios para colocar al chivo expiatorio que justificara todos los males e injusticias de este mundo. Ellas fueron objeto de ensañamiento de la sociedad patriarcal en transición del feudalismo al capitalismo.
Es oportuno aclarar que, aunque aparecen asociados, los conceptos de hechicera y bruja son diferentes. Las hechiceras eran mujeres poderosas libres que tenían dominio sobre el orden natural, casi únicas en su estirpe. Las brujas eran sujetos subordinados que actuaban, junto con otras mujeres, en células subversivas y estaban sometidas a Satán para quien trabajaban a fin de que triunfase el mal en la Tierra. Aunque no contamos con datos precisos, los juicios por brujería, junto con los consecuentes mecanismos represivos y disciplinadores, dieron por resultado miles de ejecuciones.
La mayoría tenía entre 35 y 50 años, estaban solas, viudas o abandonadas, a veces con hijos e hijas, apenas podían pagar sus obligaciones tributarias a la aldea y a los señores a quienes servían y, dado su conocimiento de hierbas y prácticas medicinales ancestrales, ayudaban a parir a otras mujeres, asistían a personas y resolvían muchas afecciones de la vida diaria.
Eran seres que permanecían en el nivel de la cotidianeidad, de la sabiduría popular, eran intérpretes de palabras, plantas, animales y minerales. Los conceptos asociados a ellas, como los vuelos nocturnos, pactos demoníacos o las intenciones asesinas fueron parte del delirio eclesiástico integrado, mayoritariamente, por varones que no paraban de violarlas, callarlas, encerrarlas y torturarlas hasta matarlas porque desafiaban a la sociedad patriarcal. La caza se dio principalmente en Europa, luego se extendió al Nuevo Mundo y emergieron cuando el concepto de dios logró ocupar todo el escenario político y espiritual. Cincuenta mil a cien mil mujeres fueron asesinadas, aunque fueron muchas más las que se suicidaron, murieron en prisión o fueron linchadas.
Fue a principios del SXX que el concepto de “bruja” pasó a convertirse en un término de empoderamiento. El romanticismo había preanunciado que la brujería era un vestigio de antiguos ritos paganos dedicados a la fertilidad y a la naturaleza y cuando con el avance y liberación de las mujeres artistas e intelectuales entraron en la escena pública, la mirada social se posó en como siglos de misoginia habían vinculado el término a lo que se había enseñado a temer de las mujeres en particular: ser en una paria, una solterona o una "loca".
El uso de acusaciones de brujería era una herramienta política contra las mujeres que eran atacadas por un sinnúmero de razones que iban desde el escrutinio dado a su conducta sexual hasta su disputado lugar en las esferas doméstica y pública, razones basadas en deslegitimarlas en los ámbitos dominados por los hombres de gobierno, religión, guerra y comercio. La imagen de la bruja era mucho más compleja que la de la mujer víctima y débil y su condena revela una narrativa implícita de lo femenino dentro de sociedades estrictamente patriarcales. En esa época las mujeres eran capturadas y adscriptas a roles fijos en instituciones de encierro: especiales, como el matrimonio; de placer masculino, como los burdeles, y de renuncia y ofrenda, como los conventos. Para las que no consintieron estos destinos, el camino fue la hoguera y, más adelante, el manicomio. Es pertinente destacar que el concepto de bruja hacia mujeres y disidencias fue la clasificación donde los varones encontraron espacios para colocar al chivo expiatorio que justificara todos los males e injusticias de este mundo.
Para los inquisidores, eran tan transgresoras de las normas como desviadas y estaban signadas por tres líneas de acusación: 1) no adoraban al Dios cristiano; 2) usaban poderes mágicos para ayudar o dañar a las personas; y 3) amenazaban o dañaban sexualmente a los hombres. En otras palabras, la etiqueta de bruja se aplicaba a quienes supuestamente violaban las normas de la religión y la medicina institucionalizadas y desafiaban a la sociedad patriarcal.
La caza se dio principalmente en Europa, luego se extendió al Nuevo Mundo y emergieron cuando el concepto de dios logró ocupar todo el escenario político y espiritual. Cincuenta mil a cien mil mujeres fueron asesinadas, aunque fueron muchas más las que se suicidaron, murieron en prisión o fueron linchadas. Fue a principios del SXX que el concepto de “bruja” pasó a convertirse en un término de empoderamiento. El romanticismo había preanunciado que la brujería era un vestigio de antiguos ritos paganos dedicados a la fertilidad y a la naturaleza y cuando con el avance y liberación de las mujeres artistas e intelectuales entraron en la escena pública, la mirada social se posó en como siglos de misoginia habían vinculado el término a lo que se había enseñado a temer de las mujeres en particular: ser en una paria, una solterona o una "loca".
La imagen de la mujer como bruja, como encarnación del mal, ha persistido a lo largo del tiempo y a través de las culturas. Desde siempre hubo espacio para Hécate, la diosa griega de la brujería, junto a heroínas históricas como Juana de Arco y figuras actuales como Malala Yousafzai. Para las comadronas, las satánicas, las putas y las brujas sabias siempre habrá una apropiación capitalista de identidades y movimientos que antes eran marginados. En términos amplios, las brujas son quienes pueden modificar percepciones y generar cambios. número inmenso de voluntades que han generado procesos de cambio casi revolucionarios: sin disparos, sin muertes y aceptando nuestra diversidad y diferencias.
El uso de acusaciones de brujería era una herramienta política contra las mujeres que eran atacadas por un sinnúmero de razones que iban desde el escrutinio dado a su conducta sexual hasta su disputado lugar en las esferas doméstica y pública, razones basadas en deslegitimarlas en los ámbitos dominados por los hombres de gobierno, religión, guerra y comercio.
Las características de estos nuevos “aquelarres” traspasan este mundo real y virtual expresando las magias de las rebeldes, desobedientes que seguimos exigiendo justicia, igualdad, sororidad.
A las antiguas brujas nos unen muchas características, para rescatar: la independencia, el control de la propia fertilidad, y también la sabiduría del paso del tiempo, que nos permite transmitir a las próximas generaciones una acción que combine el verdadero placer y esperanza de un mundo mejor.
La persecución hacia nuestras causas es una nueva caza de brujas, es una política de dominación que debemos detectar y desarmar. No existen las brujas, pero “ que las hay, las hay” y acá estamos , rejuvenecidas, para luchar por nuestros principios y por la extinción el patriarcado.
Fernanda Gil Lozano
Directora CIPDH UNESCO
Historiadora UBA
Bibliografía
Gil Lozano, Claudia Fernanda (2023), Malditas, brujas e impuras: la lucha de las mujeres por la igualdad en perspectiva histórica. Presentación CLACSO, (2023).
Chollet, Mona (2019), Brujas. ¿Estigma o la fuerza invencible de las mujeres?. Ed. B.
Federici, Silvia (2010), Calibán y la bruja: mujeres, cuerpo y acumulación primitiva. Ed. Traficantes de sueños.
Claudia Fernanda Gil Lozano
Docente e historiadora Universidad de Buenos Aires, Magister en Sociología de la Cultura y Análisis Cultural (UNSAM). Actualmente se encuentra al frente de la cátedra de Historia Social Latinoamericana.
Su carrera profesional se desarrolla en el ámbito académico, cultural y político, encabezando varios organismos Nacionales e Internacionales. Actualmente es Directora Ejecutiva del Centro Internacional para la Promoción de Derechos Humanos bajo auspicio de UNESCO (CIPDH-UNESCO) donde ha llevado adelante la realización del III Foro Mundial de Derechos Humanos 2023.
Como Diputada Nacional impulsó varias leyes en materia de derechos humanos, destacándose los temas relativos a igualdad de género y lucha contra la trata de personas, entre otros.
Tiene publicados libros, artículos en revistas especializadas y dirige la colección “Historia de las mujeres en la Argentina".