Diosa

por Ethel Morgan

Suprema deidad femenina, centro de la espiritualidad de las mujeres. Esta noción afloró en las tres últimas décadas del siglo xx (v. NUEVA ESPIRITUALIDAD DE LAS MUJERES) y fue adoptada por la corriente del feminismo cultural interesada en la revisión de la teología tradicional de Occidente. Esta corriente considera que el término Dios tiene connotaciones masculinas que lo vinculan inevitablemente con la subordinación de la mujer.


DIOSA. “Pocas palabras revelan tanto el prejuicio sexual occidental como la palabra Diosa en contraste con Dios”, dice Barbara Walker (1983) . Antes de ser desmenuzada en innumerables “diosas” y ser derrocada de su posición suprema, la Diosa era para las culturas pre-patriarcales “una figura cósmica total, creadora del universo y de sus leyes, gobernante de la naturaleza, el destino, el tiempo, la eternidad, la verdad, la sabiduría, la justicia, el amor, el nacimiento y la muerte”; una figura femenina casi siempre más poderosa que el varón, “al ser no sólo su madre sino la que infunde en toda la creación la sangre de la vida”. Sólo una sostenida campaña de denigración y demonización de lo divino femenino pudo hacer que los occidentales la olvidaran.

Para el movimiento de la nueva espiritualidad de las mujeres fue imprescindible pronunciar libremente este término, que liberó energías femeninas largamente reprimidas por la cultura occidental. Hoy muchas mujeres han re-descubierto la necesidad que tenemos de la Diosa en un clima cultural que intentó separarnos de nuestra identidad profunda y llevarnos a la des-potenciación. Alimentadas sólo con imágenes masculinas, sugieren las voceras del movimiento, hemos quedado gravemente desnutridas; pero la Diosa como concepto, como palabra y como imagen colma la larga insatisfacción de la mujer relacionada con la falta de autoestima y la sensación de “no estar hecha a imagen de la divinidad”.

Para las ideólogas de la nueva espiritualidad, sin embargo, hay en esto algo más que la simple corrección de una injusticia cultural. Charlene Spretnak (1991) se refiere, por ejemplo, a los procesos míticos primordiales que alguna vez configuraron la era de la Diosa y que estarían inspirando su renacimiento contemporáneo. Sin duda el equilibrio que ha sido roto por la toma de poder patriarcal está exigiendo ser restituido en todos los niveles, y desde los más profundos la Diosa emerge como gran símbolo compensador que provoca cam- bios en actitudes y costumbres. Así, en estos momentos, “las formas culturales evolucionan en orden a aliviar el temor a la naturaleza y a lo femenino que siente el grupo dominante” y que fuera impuesto a la conciencia colectiva, incluyendo la visión que las mujeres tienen de sí mis- mas. El encuentro con el símbolo (y para muchas, con la presencia y la ginergia) de una madre universal poderosa y nutricia, en lugar de un regente masculino autoritario y distante, encarrila a la psiquis humana en una senda de gozoso aprecio por la vida y de aceptación equilibrada tanto de lo físico como de lo espiritual. Al no depender de una revelación única y dictatorial, las nociones acerca de la Diosa están en un proceso formativo que recoge tanto memorias ancestrales como las experiencias básicas de las mujeres con vocación tealógica (v. TEALOGÍA) o sensibilidad para las necesidades de la especie. Las nuevas teálogas hablan de que la Diosa puede ayudarnos de múltiples maneras a conectarnos con lo que realmente importa, una habilidad “que está faltando desesperadamente en nuestro mundo, carente de las aliviado- ras aguas de la imaginación y la percepción profunda” (Matthews, 1989). Por consiguiente, son diversos los enfoques que adoptan las que intentan definirla. Madre y salvadora. Para algunas auto- ras, el regreso de la Diosa a las conciencias significa recuperar a la madre que nos fuera arrebatada, con funestas con- secuencias, para facilitar la imposición del patriarcado. “Como la Diosa no ha sido parte integral de la vida occidental durante al menos dos mil años, cada uno de sus hijos es hasta cierto punto una criatura quebrada y desajustada”, señala Matthews. La revitalización del gran arquetipo materno significaría así una sanación que no puede producirse en las presentes condiciones de orfandad, donde las vinculaciones con la divinidad masculinizada no pueden parecerse a la directa relación físico-emocional que el niño mantiene con la madre. “El padre no es de la misma sustancia omnicontenedora, formativa y nutricia, y así la relación entre los humanos y Dios Padre se vuelve abstracta y alienada, distante y moralista”, dicen Monica Sjöö y Barbara Mor (1987). Una creación surgida de la madre participaría de su sustancia y, por lo mismo, de su sagrada e inviolable divinidad.

La Diosa como madre, aun para los no creyentes, representa así a la salvadora femenina de los antiguos misterios, en la que nunca dejó de creer del todo una parte de la humanidad. En esta época de crisis los grandes mitos salvíficos de Isis o Deméter, por ejemplo, siguen preanunciando una transformación y un renacimiento espiritual asistidos por una Diosa “que se identifica con nuestra condición, se tiende hacia nosotros y nos eleva” (Matthews, 1989).

Arquetipo y símbolo. Al aflorar a la con- ciencia como arquetipo de la potencia creadora femenina, la Diosa permite la reaparición de la hembra poderosa y productiva en todos los niveles, segura de su dignidad e inserta sólidamente en el mundo natural. A partir de allí pueden empezar a corregirse las falacias múlti- ples que han pesado sobre el status de las mujeres durante cinco mil años, tanto en el ámbito social como en el privado, y las distorsiones sostenidas por la religión o el psicoanálisis. Dentro de la misma psiquis femenina el arquetipo de la Dio- sa propicia una actitud de autonomía y valoración que le permite a la mujer reubicarse sin impedimentos y reasumir sus funciones naturales.
Ya instalada en la conciencia colectiva, la Diosa funciona como símbolo de todo lo concerniente a la mujer arquetípica.

Carol Christ y Judith Plaskow (1992) hablan de cuatro efectos de ese símbolo: la afirmación del poder femenino como benéfico e independiente, la aceptación del cuerpo femenino y de sus ciclos y procesos, la valoración positiva de la voluntad de la mujer y la re-valoración de los vínculos entre mujeres, especialmente la relación madre-hija. Para otras autoras, como Starhawk (1979), el símbolo de la Diosa inspira a la mujer para descubrir su propia condición divina y para considerar sagrado su cuerpo, y santas las cambiantes fases de su vida, su agresividad saludable, su ira purifica- dora y su poder para crear y nutrir –pero también para limitar y destruir cuando es preciso– como la fuerza misma que sostiene la vida: “A través de la Diosa podemos descubrir nuestra fortaleza, ilu- minar nuestras mentes, poseer nuestros cuerpos y celebrar nuestras emociones. Podemos ir más allá de los estrechos roles constrictivos, y volvernos enteras” (Starhawk, 1979).

Verbo y ley natural. El simbolismo de la Diosa no es en forma alguna un paralelo del simbolismo de Dios Padre. “La Diosa no rige al mundo”, dice Starhawk. “Ella es el mundo”, y como tal puede ser conocida íntimamente por cada individuo en toda su magnífica diversidad. Lo más crucial, sin embargo, es evitar la trampa de con- vertir a la Diosa en sustantivo; Mary Daly (1973) sugiere dar el salto que va desde “Ser Supremo” hasta “Ser como Verbo”. La realidad última –el potencial para el movimiento– no ha de ser reducida a un símbolo estático ni a un reemplazo del sustantivo “Dios” si se quiere que produzca profundos cambios psíquicos y sociales. Trascender el patriarcado requiere vivir el proceso de participación en los poderes de ser y, si el símbolo de la Diosa no saca a las mujeres de la pasividad, la aceptación indiscriminada y la complacencia, es que no funciona para ellas como verbo sino como diosa sustantiva, perpetuadora del statu quo.

El paso al verbo y los poderes de ser implica también una inserción más completa en los procesos del mundo natural como producto de la Diosa creadora. La Diosa no se relaciona con las leyes artificiales de los hombres sino con las básicas leyes naturales, que fueron respetadas por otras culturas. El regreso de la Diosa como fijadora de límites (que los griegos conocían como Themis, el orden natural) se necesita especialmente en la actual crisis ecológica para salvaguardar la vida en el planeta, e incluso para recuperar la perdida autodisciplina humana sin la cual no se puede prosperar.

Madre y salvadora, arquetipo y símbolo, verbo y ley natural, la Diosa que resurge del inconsciente colectivo trae con ella un cambio decisivo que también beneficiará a los varones atrapados en estereotipos. Para las mujeres es el reencuentro con la identidad perdida, y para la humanidad en general, el movimiento compensa- torio que la sacará de los atolladeros patriarcales.
Ethel Morgan

Bibliografía

C. Christ y J. Plaskow (1992), Womanspirit Rising, Londres, Harper Collins. – M. Daily (1973), Beyond God the Father, Londres, Beacon Press. – C. Matthews (1989), The Goddess, Londres, Element Books. – M. Sjöö y B. Mor (1987), The Great Cosmic Mother, Londres, Harper and Row. – Ch. Spretnak (1991), States of Grace, Londres, Harper Collins,
1991. – Starhawk (Miriam Simos) (1979), The Spiral Dance, Londres, Harper and Row. – B. Walter (1983), The Woman’s Encyclopedia of Myths and Secrets, Londres, Harper and Row.

Ethel Morgan
Argentina. 1932-2008
Pionera investigadora de la Espiritualidad Femenina. Autora del libro La Diosa en Nosotras, que marcó el punto de inicio de numerosos círculos de Mujeres en todos los países de habla hispana.

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