Nueva espiritualidad de las mujeres

por Ethel Morgan

Entre las tareas que el feminismo cultural encaró en los años 70 para redefinir la femineidad, una de las más importantes fue precisar las características de una espiritualidad más acorde con las vivencias de las mujeres, entendiendo por espiritualidad todo el campo de experiencias relacionadas con el desarrollo personal y con la expansión de la conciencia que sugieren no sólo las tradiciones religiosas sino ciertas ramas de la psicología profunda.

Una de las preguntas básicas formuladas en ese momento fue qué efecto tienen sobre las mujeres los sistemas simbólicos que codifican los principios de las religiones masculinas, traducidos inevitablemente en prácticas sociales y costumbres que subordinan a la mujer. Por consiguiente se presentaron dos necesidades: 1) distanciarse de esos siste- mas simbólicos y de la noción masculina de la espiritualidad que representan, y 2) extraer del inconsciente símbolos que reflejen la percepción de las mujeres acerca de los niveles extra-corporales y su relación con el plano material. Los sistemas simbólicos no pueden ser simplemente rechazados sin reemplazarlos por otros, ya que la mente aborrece el vacío y tiende a regresar a las estructuras conocidas en momentos de crisis o derrota. Y ese reemplazo resultaba especialmente ineludible para las que aspiraban a la potenciación de la mujer, porque las imá- genes masculinas de la divinidad crean la impresión de que el poder femenino nunca podrá ser plenamente legítimo ni totalmente benéfico.

Ya en 1973 la teóloga y filósofa Mary Daly señalaba un “espacio sagrado de liberación” donde las mujeres pueden ser ellas mismas “sin las contorsiones de mente, voluntad, sentimiento e imaginación que les son exigidas por la sociedad sexista”; un espacio no estático sino en constante movimiento, cuyo centro se encuentra fuera de las fronteras de los espacios patriarcales. Para Daly (1973) el nuevo feminismo necesita no sólo ser multifa- cético sino definitivamente religioso. El profundo acuerdo que pueden hallar las que emprenden la jornada potenciadora es la nueva alianza cósmica, la mesiánica hermandad de mujeres que en último término, al lograr la autoliberación, “dejan al alcance de los hombres la plenitud del ser humano que se ha perdido por la jerarquización sexual”.

Daly y otras autoras comenzaron a anunciar algo antes impensable para nuestra cultura: el progreso espiritual de las mujeres va en dirección opuesta al de los varones. Frente a lo que la visión tradicional masculina considera virtu- des (obediencia, humildad, abnegación, sacrificio; tal vez reacciones culpables de los hombres ante los excesos de comportamiento del varón estereotípico), el desarrollo espiritual de la mujer requiere ante todo una participación cada vez mayor en los poderes y cualidades del Ser; o una pasión por autodefinirse que permita anclar la identidad/el ego en lo que sea necesario para su propia super- vivencia como individuo fuerte. Wendlyn Alter (1993) lo expondría más tarde en términos inequívocos, al decir que la ab- negación y la caridad excesiva en etapas tempranas del desarrollo espiritual “pue- den en realidad impedirle a una mujer reconocer en ella misma la chispa divina e identificarse con ella”. Las mujeres pueden aportar una diferente definición del yo y de los medios para alcanzar la expansión de la conciencia, siguiendo un movimiento centrípeto, que venza la compulsión por complacer a los demás y estar a su disposición en lugar de responder a un propósito más alto. Entregándose a una poderosa moralidad de iniciativa y acción en lugar de la responsividad y sobreponiéndose al terror de soltar las conexiones externas que proporcionan seguridad, las mujeres pueden potenciar enormemente la manifestación de lo divino.

El símbolo de la Diosa. Las nuevas feministas culturales también hicieron notar que, cuando una mujer empieza a percatarse de su chispa divina interior, se enfrenta de inmediato a la decisión de honrarla y confiar en ella. Se retoma así en nuestros tiempos una veneración a la divinidad femenina, que los hallazgos arqueológicos de la segunda mitad del siglo xx reconocieron en las culturas neolíticas pre-indoeuropeas anteriores al quinto milenio antes de Cristo. Las interpretaciones de Marija Gimbutas (1982) desafiaron el sexismo de la profesión arqueológica, al ir más allá de las habituales clasificaciones de “Venus” o vagos “objetos eróticos” aplicadas al vasto número de figurinas, casi siempre femeninas, encontradas en lo que Gim- butas denominó “antigua Europa”. Desti- nadas a ejemplificar una diversidad de atributos y funciones de lo femenino arquetípico, según Gimbutas exponen dos aspectos primarios de una diosa venerada desde el Paleolítico como da- dora y tomadora de todo (es decir, vida y muerte) y como despertar periódico de la naturaleza (primavera, luna creciente, renacimiento, regeneración y metamorfosis). La subsiguiente investigación de la arqueóloga lituana, retomada después de su muerte por la italiana Cristina Biaggi, apuntó al redescubrimiento de una elaborada y sofisticada religión que concebía el principio femenino como creativo y eterno, y como fuente de todo lo que existe (v. DIOSA).

A partir de ahí la nueva espiritualidad –sobre todo en las obras de Merlin Stone (1978) y Caitlin Matthews (1991)– se dedicó a indagar en las tradiciones del pasado en busca de las manifestaciones de la Diosa celebradas en mitos y cultos. Se reveló entonces que deidades femeninas fueron alguna vez adoradas univeralmente no sólo como creadoras de la Tierra sino como sanadoras, legisladoras, guerreras, inventoras y proveedoras de sabiduría, y que el Cercano Oriente no había sido la excepción. “Detrás de la polémica bíblica contra las abominaciones de los cananeos”, señala Carol Christ (1987), “se descubre a la Gran Diosa que floreció y rigió durante miles de años antes de que los hebreos se asentaran en la zona”. La nueva perspectiva ofre- cida por la espiritualidad de las mujeres eliminaba así una vieja inexactitud que había hecho estragos en la psique feme- nina: la religión patriarcal no era la “ley natural” dictada por Dios sino sólo una manera reciente de relacionarse con la divinidad. Como resumen las nuevas teálogas (v. TEALOGÍA) afirman que los dioses masculinos omnipotentes fueron introducidos alrededor de cuatro mil quinientos antes de Cristo, mientras que artefactos relacionados con la religión de la Diosa tienen alrededor de veinticinco mil años de antigüedad.

Esta inversión de conceptos que se pensaba inmutables abrió de pronto las puertas de la creatividad de las mujeres, estimuladas por ilimitadas posibilidades de expresión. La Diosa Verbo de Daly se agitaba realmente en las conciencias, pidiendo manifestarse a través de las habilidades, vocaciones o deseos larga- mente postergados de las hembras de la especie, que recuperaban finalmente sus ginergias vivificantes. Se ha dicho que estar alimentada sólo de imágenes masculinas es estar gravemente desnutrida y que es imprescindible contar con imágenes que reconozcan lo sagrado en lo femenino.

El exuberante florecimiento cultural femenino que comenzó en 1974 mostró a la Diosa a través de la literatura de ficción, la poesía y las artes plásticas –aparte del creciente cuerpo de ensayos eruditos que aún hoy continúa aumentando– y también en las obras de terapeutas posjunguianas como Jean Shinoda Bolen, Silvia Brinton Perera y Marion Woodman. Sin embargo, la sobria voz de Caitlin Matthews fue el punto de referencia para aclarar que la Diosa no fue inventada recientemente por el feminismo cultural; existió siempre y fue la humanidad la que abandonó el hogar y ol- vidó a su madre; que la Diosa es como una luz primaria que puede ser refractada a través de diferentes prismas para crear infinitas coloraciones; que se debe cuidar a la Diosa del fundamentalismo; que la Diosa es, ante todo, el ímpetu creativo de la vida, la levadura que impregna la creación, la vivifica y conecta sus partes separadas y sobre todo la guardiana de la sabiduría terrena y celestial y la custodia de sus leyes.

La nueva conciencia. Tras este período fundacional en que la espiritualidad de las mujeres cobró voz en las obras de las autoras citadas y en los grupos de concientización femenina, un nuevo tipo de conciencia (al que se denomina “lo femenino consciente” y saludan como un arquetipo desconocido que despierta) fue aflorando en los estratos profundos de la psique universal. Hoy su presen- cia se advierte en una nueva forma de percibir lo femenino y de considerar los roles de la mujer, muy diferentes de lo que se admitía antes de 1970. Tanto la literatura como el cine y la televisión –clásicos barómetros de los movimientos inconscientes colectivos– muestran a la guerrera protectora, la sibila visionaria, la develadora de misterios, la iniciadora, la potenciadora del varón, y en general la mujer fuerte y autónoma capaz de llevar el peso de la aventura de la liberación y la justicia.

Hoy puede decirse que con la espiritualidad de las mujeres el movimiento feminista se abrió a una dimensión más amplia, vinculada con la acción en los niveles interiores y con la influencia de los arquetipos según los postula la psicología analítica. El activismo sociopolítico resulta poderosamente complementado por una actividad enfocada en la ampliación de la conciencia y la conexión con otras dimensiones del ser. Como señala Diane Mariechild (2001): “La espiritualidad de las mujeres es tanto mágica como mística. Se convierte en mágica cada vez que contactamos con las fuerzas superiores, las traemos al plano físico y les damos expresión creativa. Se convierte en mística cada vez que conectamos nuestras energías físicas con las energías superiores, y las trascendemos”.

Ethel Morganorgan

Bibliografía

W. Alter (1993), “The Yang Heart of Yin”, The Quest, verano. – C. Christ (1987), Laughter of Aphrodite. Reflections on a Journey to the Goddess, San Fran- cisco, Harper & Row. – M. Daly (1973), Beyond God the Father, Londres, Beacon Press. – M. Gimbutas (1982), Goddesses and Gods of Old Europe, University of California Press. – M. Gimbutas (1991), The Civilization of the Goddess, Londres, Harper and Collins. – D. Mariechild (2001), El poder espiritual de la mujer, Madrid, Llewellyn. – C. Matthews (1991), Sophia, Goddess of Wisdom, Lon- dres, Harper and Collins. – E. Morgan, La Diosa en nosotras, Buenos Aires, Era Naciente. – J. Shinoda Bolen, Goddesses in Everywoman, Londres, Harper and Row. – M. Stone (1978), When God was a Woman, Londres, Harvest.

Ethel Morganorgan
Argentina. 1932-2008
Pionera investigadora de la Espiritualidad Femenina. Autora del libro La Diosa en Nosotras, que marcó el punto de inicio de numerosos círculos de Mujeres en todos los países de habla hispana.

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