DISIDENCIA SEXO/GENÉRICA. La expresión engloba a distintas identidades, colectivos y comunidades con prácticas culturales específicas. Es arriesgado hacer una enumeración que se pretenda acabada, quizás, Maricas, Tortas, Travestis, Trans, Sapatão, Veado, Putxs y No-Binaries sean las de mayor extensión y politicidad, pero estas identidades son construcciones colectivas dinámicas y cambiantes según territorio y tiempo. Todas ellas se agregan en un movimiento sociopolítico que tiene en común la no alineación y subordinación a la heteronormatividad, diferenciándose también de los movimientos homonormativos. Este concepto viene afirmándose desde los años 2000 como una crítica a la referencia meramente descriptiva, a-histórica y despolitizada de la diversidad sexual; mientras éste último parece asentado en criterios taxonómicos que, incluso, podrían incluir hasta la misma heterosexualidad, la Disidencia Sexo/Genérica se resiste a pensar las identidades como términos discretos en torno a los cuales las personas se ajustan de manera estereotipada a un paradigma de heterosexualidad obligatoria. Lo que el concepto intenta expresar es que las personas somos construcciones identitarias personalísimas, lábiles, irresueltas, en permanente construcción y expresadas siempre en gerundio: ir siendo. La propuesta es correrse de los sitios licuados de politicidad en donde los Estados buscan una representatividad mínima a través de políticas meramente simbólicas que dan un lavado de cara progresista, pinkwashing. Volverse inasibles es la estrategia y democratizar los espacios, la demanda, entendiendo que los espacios son de pertenencia compartida y no de una élite hegemónica instalada en el poder formal que, desde sus privilegios de clase y de manera dadivosa o caritativa, va ampliando sus cupos de inclusión de modo discrecional a otres, sin generar cambios en las relaciones de poder androcéntrica y heterosexual. Las prácticas serán desde la disidencia: separarse de la doctrina, las creencias y/o las conductas, tal como las piensa y exige la heteronorma; abandonar las estéticas estereotipadas, los roles estáticos, los tipos de relacionamiento, las maneras de interpelación, los modos de expresión, etc. que no tienen en cuenta las interseccionalidades. En este sentido, tiende especialmente a la racialización, la clase y la descolonización, no meramente desde un ejercicio decolonial obvio y superficial (en relación a lo formal, macro-político y económico), sino profundo y arriesgado respecto a todo el paquete colonizador que impuso una cultura, una lengua, una religión y, sobre todo, una organización social/relacional con formas de familiaridad heteronormadas, ficticias e impuestas desde el afuera y excluyentes de lo contingente, lo creativo y la autodeterminación.
Cuando desde la disidencia sexo/genérica se habla de homonormatividad se está denunciando la
acción política por la cual se nos somete a todas las personas a seguir un guión para entrar a una
taxonomía construida de modo abstracto, con los mismos fines políticos que los de la
heteronormatividad y desde el concepto asimilacionista (les asimilamos en tanto más se igualen con
nosotros). Los activismos homonormativos se pretenden representantes de una población sobre la
que su acción real es decirles que deben adaptarse a esos planes de vida abstractos. Un abstracto claro, normado y sin ruidos sociales: las feminidades ajustadas a la feminidad de la heteronorma, la no masculinización en lesbianas o, ante el no ajuste a los paradigmas de belleza en el caso de las personas trans femeninas, la imposición de la adaptación corporal con cambios radicales y violentos para esa corporalidad; en las masculinidades, el paradigma del gay masculino que no tenga amaneramientos y la imposición al resto de las masculinidades de no llevar adelante embarazos y, como única forma relacional, la monogamia dentro del estatuto del matrimonio o la unión civil, sin demostraciones públicas de cariño que ofendan a la heterosexualidad. Esto es bien expresado en las fórmulas: hombres que tienen sexo con hombres, mujeres que aman a mujeres y mujer encerrada en el cuerpo de un hombre. Tienen una clara raíz patologizante que viene desde los inicios de la modernidad, un fuerte temor a desidentificarse del poder que la palabra hombre otorga a los varones gay y también de la fuerza de negociación de la palabra mujer, y a perder lo conveniente que resulta una imagen adaptada para exigir en el campo de los derechos civiles, mientras que la disidencia sexo/genérica se centra en el campo de los derechos humanos. La homonorma es subsidiaria de la heteronorma y no supera al género, simplemente lo reproduce contribuyendo a la esencialización de las identidades y volviéndolas obligatorias. En ello se basaría la condición sine qua non para la inteligibilidad, ejercicio necesario para la rigidez de pensamiento que presentan los fundamentalismos y exige la hegemonía. La inteligibilidad es todo aquellos que se puede comprender desde el intelecto, dotado de coherencia y racionalidad, no considerando a la inteligencia emocional y en contraposición a lo sensible. La hegemonía continúa estableciendo las relaciones de aprehensión de la realidad de modo unidireccional sujeto-objeto y esto puede ser de utilidad en algunos campos del conocimiento, pero es falaz en el campo de lo humano. Se rige por el racionalismo y la división de cuerpo y mente que implica que lo que pasa por nuestro cuerpo debe ser puesto en duda, como si no fuésemos una unidad diseñada de modo complejo e indivisible. Ellen DeGeneres grafica muy bien la impotencia heterosexista cuando dice que “preguntar quién es el «hombre» y quién es la «mujer» ... es como preguntar quién es el tenedor en unos palillos chinos”, expresando así la exigencia de salir de lo propio, salir del modo habitual de pensar haciendo abstracciones de estructuras psíquicas, de sentires y conceptos, para hablar de personas que nunca serán pasibles de abstracción sino que están en permanente apropiación y transformación de esas abstracciones sociales; las personas sienten amor y allí podemos comprender la situación, pero no podemos juzgar cognoscitivamente cual es el sentido, forma u objeto de ese amor.
Si bien todas las personas estamos anudadas al mismo sistema de poder heterosexista, la disidencia
sexo/genérica, en su no-adaptación y de frente a la adaptación y sobreadaptación, se encuentra en
confrontación no solo a la heteronorma sino a la homonorma LGTBIQ+ que se supondría crítica de la
primera. El discurso de asimilación de la diversidad sexual reproduce los privilegios de género, clase, etnia, etc. en aparente confrontación, pero que no hace más que buscar un discurso más amigable y subalterno del pensamiento hegemónico.
La Teoría Travesti Latinoamericana/del Abya Yala (en adelante TTL), aunque todavía en ciernes,
pretende dar cuenta de las identidades en contextos diversos y desde epistemologías que
convergen: la de los pueblos originarios, los afrodescendientes y la educación popular, la de las
masculinidades no hegemónicas y la de las infancias trans libres de violencia. Esto implica retomar
las corrientes de los estudios marxistas, feministas y queer, pero territorializadas, es decir,
ubicadas en nuestro continente, lejos de los estudios que se postulan universales teóricos y siempre
euro centristas, que imponen prácticas y sentidos para explicar el mundo con herramientas
colonialista que, con carácter extractivista, despojan a las identidades disidentes de sus saberes y los
institucionalizan en las altas casas de estudio, deformados y alejados de la realidad, con el presunto
fin de legitimar su existencia. En el proceso, se conservan privilegios y se refuerza el paradigma de la
diversidad sexual con el sentido de homogeneizar y así validarlo, y esto implica formatearlos a
imagen y semejanza de la heteronormatividad.
La disidencia sexo-genérica pone en cuestión esta invisibilización de la violencia que supone la
estigmatización, criminalización, patologización y jerarquización de la diferencia. Las personas
humanas nacemos en situación de precaridad extrema, con cuerpos mortales, vulnerables,
altamente dependientes y con necesidad de amor, cuidado, y como personas socialmente
dependientes de un Estado activo que asegure condiciones equitativas de acceso a bienes básicos
para la subsistencia. Sobre esto no parece haber muchas dudas, pero si estos cuerpos vulnerables
nacen y van apartándose de lo inteligible de los parámetros heterosexistas esperados, a esa
precaridad se le imbrica precariedad. Las familias expulsan a quien se manifiesta travesti, en un alto
porcentaje, entre los 8 y los 13 años de edad; y si no se los expulsa como a niñas masculinas y niños
femeninos, se les imponen malos tratos y violencia física, psíquica y epistémica (no se les reconoce
saber de su mismidad, están en confusión y se les psiquiatriza). La medicina y las ciencias jurídicas,
como dispositivos de adiestramiento, y los fundamentalismos religiosos y pedagógicos intervendrán
esos cuerpos para hacerlos inteligibles, es decir, ajustarlos a la ficción heteronormativa del binario
hombre-mujer. En el camino, se vulnera, de manera flagrante y radical, los derechos personalísimos
básicos. A la precaridad humana se le imbrica la precariedad, con mecanismos sociales que exponen.
Me refiero a precaridad y no precariedad según la distinción de Judith Butler, la primera, dotada de un sentido existencial, señala la condición ontológica de todo ser vivo: vivimos en precaridad, no solo porque somos mortales y nuestros cuerpos son vulnerables, sino porel hecho de que dependemos de otros. la segunda subraya que ciertas necesidades –económicas, políticas y sociales– tienen que ser
cubiertas para subsistir, y quienes no consiguen cubrirlas viven en un frágil estado de precariedad.
Subsistir a esas infancias, a la experiencia del rechazo y a la asunción de la culpa sobre ese rechazo, la vergüenza sobre su condición y la autodesvalorización, entre otros mecanismos de autorechazo; mientras socialmente se les expone a negociar la propia subsistencia, como en el caso de las travestis, en un mundo adulto que solo les ofrece sustento a cambio del usufructo sexual de su cuerpo, la explotación, condiciones de vida en ambientes con alta circulación de violencia. Un mundo que las aloja en la prostitución para luego ser juzgadas por ser aquello a la que esa misma sociedad las acarreó. La incapacidad para el reconocimiento, resguardo y respeto irrestricto de esa humanidad revela los conceptos de humanidad de los que se habla y, al mismo tiempo, oculta el acto criminal ejercido desde las instituciones, incluidas las familias y el Estado. La disidencia sexo-genérica rechaza el enfoque de la clasificación, la delimitación y el ajuste a la heteronorma porque esta violenta a quienes no encajan y produce muerte. La heteronormatividad mata.
Con el significante disidencia sexo/genérica se hace referencia a la acción y el efecto de separarse,
desmarcarse de la heterosexualidad que se propone como obligatoria y de sus paradigmas
hombre-mujer. Es una crítica generada desde el activismo en contraposición a la militancia de la
diversidad sexual, señalamiento al pensamiento que se somete y reproduce la idea
patriarcal/heterosexual/colonial/liberal/andro y adulto céntrica. Por el contrario, la disidencia
sexo/genérica niega la táctica política de la simple inclusión como proceso de pertenencia en tanto
más se ajusten a estereotipos heterosexuales, por ello Susy Shock prefiere afirmar, frente a este
proceso de asimilación de la diversidad sexual: “No queremos ser más esta humanidad”.
¿Qué somos entonces? ¿Dónde está la certeza? Somos construcciones identitarias en permanente
movimiento. El modo de expresarlo es siempre en gerundio de forma simple —estoy siendo,
transitando—; por más rígida que sea nuestra personalidad respecto de convicciones, creencias o
moral, hay aspectos, como la edad, de los que es necesario dar cuenta: creciendo, envejeciendo y,
por tanto, nuestra identidad siempre se transforma. Hay eventos que nos pueden modificar de
modo brusco, inesperado y de manera veloz, como enviudar o migrar, pero por lo general son
procesos paulatinos y progresivos. Puede que esto no alivie la incertidumbre, la no-certeza, puesto
que caminamos en terreno inestable, pero sí nos constituye el rechazo de aquello que no queremos
ser y se pone el acento entonces en la des-Identificación del régimen sistémico de la heteronorma
obligatoria. Por ejemplo, una persona puede ser asignada a un sexo y género e identificarse con el
opuesto en el sistema hetero-binario, pero a medida que crece, se experimenta, se informa y
comparte experiencias y vivencias, puede ir identificándose desde otras propuestas más fluidas: “soy
mujer trans”, “soy transgénero”, “soy travesti”. Estos modos de identificación positivo, “soy”,
pueden ir cambiando, lo que no impacta sustancialmente en sus relaciones sociales. Ahora, si dice
no soy fascista, xenófobo/a, racista, discriminador/a, machista, violador/a, etc. estas cuestiones que
constituyen a su identidad de manera negativa, “no soy”, tienen un carácter sólido, definitorio y de
mayor permanencia en el tiempo e impacta al resto de modo sustancial y, por tanto, interesan de
manera radical a las micro y macro relaciones políticas. Allí sí exigimos certezas y definiciones
taxativas, pues son de carácter vital. La identidad es una unidad no sólo constituida de afirmaciones
positivas sino también de afirmaciones negativas, escogemos no ser racistas y trabajamos en ello. Si
esta humanidad se compone de hombres y mujeres como actuantes que nos han heredado este
estado de cosas: femicidios, comercio sexual infantil, guerras, periodismo de post verdad,
discriminación, acoso escolar, acoso sexual, acoso laboral, travesticidios, odio; siguiendo la sentencia
de Susy Shock, no importa tanto qué vamos pudiendo ser y cómo vamos nombrando nuestras
identidades en construcción, es políticamente necesario e imperante que nos des-identifiquemos de
lo hombre y lo mujer.
Entonces, nos afirmamos como construcciones identitarias complejas, con una historicidad y en
tránsito, vamos siendo (gerundio) lesbianas, maricas, travestis. Con una territorialidad: Sapatão
(Brasil), 108 (Paraguay), Muxe (Oaxaca, México); con una marca etaria: Homosexual/Safira (Grecia
antigua), marika (actualidad), género fluido (actualidad); con una pertenencia cultural: Kakcha
(Aymara), Chinaku (Quechua), Weye (Mapuche); con una pertenencia de clase: Torta, puto, trava
(Argentina en sectores populares), lesbiana, gay, hombre/mujer trans (Argentina en sectores
medios/altos), entre los principales ejes, hoy, a considerar. Mayor complejidad adquieren estas
construcciones en el cruce con la sexualidad y la expresión de género. Estas identidades van
haciéndose cada vez más fluidas e inasibles desde sus prácticas culturales, sus relaciones
sexo-afectivas, sus expresiones de género e, incluso, sus deseos. Si bien continúan siendo muy
extendidos los estereotipos identitarios y relacionales, cada vez son más libertarias estas formas de
confrontación socio/política y se van rompiendo los límites impuestos desde la heteronorma y la
homonorma de Lesbiana, Gay, Bisexual y Trans (m-f), que han caído en la abstracción identitaria de
clase, de etnia, etaria, territorial, de historicidad, etc. Así como también han caído los paradigmas de
la monogamia e incluso de las relaciones basadas en la sexo-genitalidad, la consanguinidad o el amor
romántico, contra poniéndole las relaciones de amistad, comunidad y grupalidad de mayor apertura.
La TTL, entonces, visibiliza esas otras prácticas con el aporte de la “nostredad”, aquellas redes
afectivas y de mutua dependencia que se sostienen a lo largo del tiempo con indiferencia, incluso, al
hecho de cohabitar, empleando las cibercomunidades para sostenerlas. Nostredad como una
construcción que se opone al de “otredad” que propone la hegemonía. Otredad amenazante de la
individualidad y donde siempre nos hallamos en soledad, incluso en sistemas de micropolíticas como
la familia nuclear donde aún hoy las disidencias debemos sostener el silencio por vergüenza y miedo
a las pedagogías re-conductivas a la norma o a la exclusión. Un ejemplo de comunidad no basado en
términos exclusivamente sexo/genéricos es el de aquellas comunidades en crecimiento donde el
aglutinador es el antiespecismo.
El movimiento de la disidencia sexo/genérica viene asentándose en el territorio del continente
americano (Abya Yala) donde las dificultades para converger son numerosas, sobre todo porque las
organizaciones institucionalizadas concentran la capacidad de generar discursividad y sentido,
impactando en el diálogo social y las políticas públicas con el empleo de los medios masivos de
comunicación. Estas organizaciones disputan, comparten y se reparten los fondos disponibles para la
acción política civil, liderando proyectos y acciones ajustadas a lo gay, lo lésbico y lo trans, donde lo
instituido permanece inalterable en las prioridades y perspectivas delimitadas por organismos y
financiadoras desde la heteronorma liberal, socialista o demócrata cristiana. Pero también en la
afirmación de miradas feministas y queer tutelares basadas en la réplica y la reproducción de teorías
críticas importadas desde otros territorios y contextos sociales, políticos y económicos que
invisibilizan nuestras propias prácticas, saberes, aprendizajes, producciones teóricas y formas
relacionales. Todo ello atenta contra el desarrollo de proyectos locales de fuerza instituyente, los
cuales carecen de estructuras formales, poder de cabildeo y medios de comunicación para sus
reclamos.
No obstante ello, se vienen produciendo encuentros para formalizar espacios de diálogo y
producción cultural bajo la TTL de forma autónoma, y, en ocasiones, de manera subsidiaria en
encuentros feministas, de mujeres, de territorios, de migrantes, de pueblos originarios, de afro
descendencia, de organizaciones de base, de crítica cultural, de comunicación comunitaria, de
psicología social, de educación popular, de estudios de masculinidades, de familias por infancias
trans libres de violencia y de espacios universitarios, entre los más destacados. Allí se complejiza,
tomando la tradición de los estudios marxistas, feministas y queer, pero territorializados en el
contexto Abya Yala y atravesando nuestras corporalidades; negando la universalización que le da
fuerza al sentido colonialista de la producción de conocimiento occidental; resistiendo también al
sentido extractivista que emplean para ilustrar trabajos académicos cuando se apropian de nuestras
prácticas y saberes; y complejizando, también, el sentido común de la geopolítica del norte-sur, ya
que cuestiones culturales, económicas, políticas, sociales, étnicas, territoriales, identitarias hacen
que en cada Estado Nación, región o territorio puedan observarse nortes y sures
ideológico-políticos. Por ello, la inclusión de la diversidad en New York, DF Ciudad de México o
Ciudad Autónoma de Buenos Aires no será parangón con la disidencia en Nebraska, Guadalajara o
Chaco ni incluso en las mismas ciudades, ya que dependen de la clase social y sus particularidades
socio-demográficas.
Los movimientos de la diversidad sexual tienen una estrategia de inclusión: incluir a gays, lesbianas y
trans en los espacios culturales, políticos, sociales, económicos, laborales, sanitarios, educativos, etc.
en tanto heteronormados y con sus lógicas económicas, donde la exigencia es el apego a la norma
heterosexual y tranquilizadora del binarismo sexo/genérico. De esta manera se deja inconmovible el
paradigma binario propuesto por el patriarcado donde “lo hombre” es el sujeto privilegiado de la
humanidad, con mayor o menor disposición a otorgar derechos a sujetos de menor jerarquía (lo
mujer, lo homosexual, lo étnico, lo pobre, lo travesti); y los gestos de inclusión sucederán mientras
no compitan con el lugar de privilegios de ese hombre y mientras sean rentables. Por lo tanto, la
posibilidad de inclusión será otorgada de acuerdo a un complejo formato de semejanza, con
prioridades para quienes más se ajusten al paradigma patriarcal; por ejemplo, un varón gay de clase
alta, blanco, titulado, de performance masculina tendrá mayores posibilidades de inclusión que una
lesbiana, afrodescendiente y pobre, que una travesti migrante en situación de prostitución, que
lesbianas que en lugar de competir por puestos asignados a mujeres pretendan competir por sitios
asignados a los hombres, que maricas femeninas que no se conformen con sitios de estética, arte o
espectáculos o personas trans que no se avengan a los estereotipos de hombre y mujer. ¿Qué
conlleva como riesgo esta propuesta inclusiva? Desde la disidencia sexo/genérica se pone en crisis
este modelo porque invisibiliza la violencia de un sistema que en su jerarquización produce, de
manera activa y permanente, precariedad; además de una negación radical a reconocer su fracaso
absoluto en sus funciones materno-paternales, junto a la pauperización de las condiciones
concretas de vida de personas disidentes en una abstracción ideal de lo humano entendido como
hombre y en violación flagrante al ordenamiento jurídico de los derechos humanos.
La persona humana nace en situación de precaridad extrema, con cuerpos mortales y vulnerables,
dependiente y con la necesidad de alguien que cumpla responsabilidades materiales (de cuidados) y
subjetivas (de deseo y amor) y de un Estado que garantice ciertas condiciones contextuales mínimas
de subsistencia a través de la familia y otras instituciones. Al nacer le son inescindiblemente propios
el plexo de derechos humanos, siempre y cuando ese cuerpo nazca con una genitalidad dentro de
los parámetros de la biotecnología, como la medicina, o sea, hembra o macho. En la niñez intersex,
donde los caracteres del cuerpo y la visibilidad en sus genitales se presentan con características
personalísimas (vienen dándose a lo largo de toda la historia de la humanidad y sin riesgo de vida)
que no se ajusta al patrón de los fundamentalismos religiosos, cientificistas y racionalistas, sobre esa
precaridad propia de lo humano se le impondrán mandatos hetero-cisexuales que multiplicarán la
precarización. Con los discursos normalizadores de la medicina y de las ciencias jurídicas, sobre sus
supuestos de verdad y objetividad, se realizará una intervención corporal y de mutilación genital a
esa infancia para adaptarle al sistema ficcional heteronormado. En toda infancia que no se ajuste a
esos constructos ideales de la heteronorma, se imponen una serie de dispositivos de adiestramiento
quirúrgicos, pedagógicos, psiquiátricos, jurídicos coercitivos y punitivos, con lo cual la vulneración de
los derechos humanos es flagrante y radical en las dimensiones familiar, social y estatal. La
incapacidad para el reconocimiento, resguardo y respeto de la diversidad humana, entendida como
una variedad posible de cuerpos bajo la premisa de la necesidad y decisión individual de adecuar su
cuerpo según la identidad sentida por cada persona, conlleva actos criminales familiares, sociales e
institucionales. Hay una negación del fracaso del conjunto de las funciones paterno-maternales, de
las micro y macro políticas de Estado. Este complejo entramado tiene severas consecuencias: la
pauperización de las condiciones concretas de vida. Las personas en disidencia sexo-genéricas verán
profundamente menoscabados sus derechos humanos, civiles, sociales, políticos, económicos,
legales y culturales. Y esto es lo que reflejan algunos números: El promedio de vida de la comunidad
trans es de 32 años; la expulsión del hogar heterosexual sucede entre los 8 y los 13 años; el índice de
crímenes de odio es elevadísimo, así como las violaciones correctivas a lesbianas y varones trans; el
abuso y la prostitución de infantes, adolescentes y adultas travestis es del 89%. A esto se agrega la
expulsión de sistema educativo; el alto nivel de suicidios de niñas, niños y jóvenes, y los constantes
intentos; la migración por contextos de violencia; el acoso escolar y cibernético; la alta tasa de
encarcelamiento por la criminalización de trabajos de subsistencia (menudeo y prostitución), las
muertes por violencia institucional, por citar las más graves.
Véase:
Berkins, L. y Fernández, J. (2005) La gesta del nombre propio. Buenos Aires: Ed.
Madres de Plaza de Mayo.
Halberstam, J. (2004) Masculinidad sin hombres. Revista de género en la red. Anna-marie Jagose
entrevista a Judith Halberstam sobre su último libro. Recuperado de https://www.rebelion.org/hemeroteca/mujer/040429halberstam.htm
La Revolución de las Mariposas. A diez años de la gesta del nombre propio. Buenos Aires: Ministerio Público de la Defensa. Marzo 2017. Recuperado de https://www. mpdefensa.gob.ar/publicaciones/la-revolucion-las-mariposas-a-diez-anos-la-gesta-del-nombre-propio.
Wayar, M. (2018). Travesti, una teoría lo suficientemente buena. Buenos Aires, Muchas Nueces.
Wittig, M. (1992). The Straight Mind and Other Essays. [El pensamiento heterosexual y otros ensayos]. Boston. Beacon.
MARLENE WAYAR