Disidencia Sexo/Genérica

03 Jul, 2023

DISIDENCIA SEXO/GENÉRICA. La expresión engloba a distintas identidades, colectivos y comunidades con prácticas culturales específicas. Es arriesgado hacer una enumeración que se pretenda acabada, quizás, Maricas, Tortas, Travestis, Trans, Sapatão, Veado, Putxs y No-Binaries sean las de mayor extensión y politicidad, pero estas identidades son construcciones colectivas dinámicas y cambiantes según territorio y tiempo. Todas ellas se agregan en un movimiento sociopolítico que tiene en común la no alineación y subordinación a la heteronormatividad, diferenciándose también de los movimientos homonormativos. Este concepto viene afirmándose desde los años 2000 como una crítica a la referencia meramente descriptiva, a-histórica y despolitizada de la diversidad sexual; mientras éste último parece asentado en criterios taxonómicos que, incluso, podrían incluir hasta la misma heterosexualidad, la Disidencia Sexo/Genérica se resiste a pensar las identidades como términos discretos en torno a los cuales las personas se ajustan de manera estereotipada a un paradigma de heterosexualidad obligatoria. Lo que el concepto intenta expresar es que las personas somos construcciones identitarias personalísimas, lábiles, irresueltas, en permanente construcción y expresadas siempre en gerundio: ir siendo. La propuesta es correrse de los sitios licuados de politicidad en donde los Estados buscan una representatividad mínima a través de políticas meramente simbólicas que dan un lavado de cara progresista, pinkwashing.  Volverse inasibles es la estrategia y democratizar los espacios, la demanda, entendiendo que los espacios son de pertenencia compartida y no de una élite hegemónica instalada en el poder formal que, desde sus privilegios de clase y de manera dadivosa o caritativa, va ampliando sus cupos de inclusión de modo discrecional a otres, sin generar cambios en las relaciones de poder androcéntrica y heterosexual. Las prácticas serán desde la disidencia: separarse de la doctrina, las creencias y/o las conductas, tal como las piensa y exige la heteronorma; abandonar las estéticas estereotipadas, los roles estáticos, los tipos de relacionamiento, las maneras de interpelación, los modos de expresión, etc. que no tienen en cuenta las interseccionalidades. En este sentido, tiende especialmente a la racialización, la clase y la descolonización, no meramente desde un ejercicio decolonial obvio y superficial (en relación a lo formal, macro-político y económico), sino profundo y arriesgado respecto a todo el paquete colonizador que impuso una cultura, una lengua, una religión y, sobre todo, una organización social/relacional con formas de familiaridad heteronormadas, ficticias e impuestas desde el afuera y excluyentes de lo contingente, lo creativo y la autodeterminación.

Cuando desde la disidencia sexo/genérica se habla de homonormatividad se está denunciando la

acción política por la cual se nos somete a todas las personas a seguir un guión para entrar a una

taxonomía construida de modo abstracto, con los mismos fines políticos que los de la

heteronormatividad y desde el concepto asimilacionista (les asimilamos en tanto más se igualen con

nosotros). Los activismos homonormativos se pretenden representantes de una población sobre la

que su acción real es decirles que deben adaptarse a esos planes de vida abstractos. Un abstracto claro, normado y sin ruidos sociales: las feminidades ajustadas a la feminidad de la heteronorma, la no masculinización en lesbianas o, ante el no ajuste a los paradigmas de belleza en el caso de las personas trans femeninas, la imposición de la adaptación corporal con cambios radicales y violentos para esa corporalidad; en las masculinidades, el paradigma del gay masculino que no tenga amaneramientos y la imposición al resto de las masculinidades de no llevar adelante embarazos y, como única forma relacional, la monogamia dentro del estatuto del matrimonio o la unión civil, sin demostraciones públicas de cariño que ofendan a la heterosexualidad. Esto es bien expresado en las fórmulas: hombres que tienen sexo con hombres, mujeres que aman a mujeres y mujer encerrada en el cuerpo de un hombre. Tienen una clara raíz patologizante que viene desde los inicios de la modernidad, un fuerte temor a desidentificarse del poder que la palabra hombre otorga a los varones gay y también de la fuerza de negociación de la palabra mujer, y a perder lo conveniente que resulta una imagen adaptada para exigir en el campo de los derechos civiles, mientras que la disidencia sexo/genérica se centra en el campo de los derechos humanos. La homonorma es subsidiaria de la heteronorma y no supera al género, simplemente lo reproduce contribuyendo a la esencialización de las identidades y volviéndolas obligatorias. En ello se basaría la condición sine qua non para la inteligibilidad, ejercicio necesario para la rigidez de pensamiento que presentan los fundamentalismos y exige la hegemonía. La inteligibilidad es todo aquellos que se puede comprender desde el intelecto, dotado de coherencia y racionalidad, no considerando a la inteligencia emocional y en contraposición a lo sensible. La hegemonía continúa estableciendo las relaciones de aprehensión de la realidad de modo unidireccional sujeto-objeto y esto puede ser de utilidad en algunos campos del conocimiento, pero es falaz en el campo de lo humano. Se rige por el racionalismo y la división de cuerpo y mente que implica que lo que pasa por nuestro cuerpo debe ser puesto en duda, como si no fuésemos una unidad diseñada de modo complejo e indivisible. Ellen DeGeneres grafica muy bien la impotencia heterosexista cuando dice que “preguntar quién es el «hombre» y quién es la «mujer» ... es como preguntar quién es el tenedor en unos palillos chinos”, expresando así la exigencia de salir de lo propio, salir del modo habitual de pensar haciendo abstracciones de estructuras psíquicas, de sentires y conceptos, para hablar de personas que nunca serán pasibles de abstracción sino que están en permanente apropiación y transformación de esas abstracciones sociales; las personas sienten amor y allí podemos comprender la situación, pero no podemos juzgar cognoscitivamente cual es el sentido, forma u objeto de ese amor.

Si bien todas las personas estamos anudadas al mismo sistema de poder heterosexista, la disidencia

sexo/genérica, en su no-adaptación y de frente a la adaptación y sobreadaptación, se encuentra en

confrontación no solo a la heteronorma sino a la homonorma LGTBIQ+ que se supondría crítica de la

primera. El discurso de asimilación de la diversidad sexual reproduce los privilegios de género, clase, etnia, etc. en aparente confrontación, pero que no hace más que buscar un discurso más amigable y subalterno del pensamiento hegemónico.

La Teoría Travesti Latinoamericana/del Abya Yala (en adelante TTL), aunque todavía en ciernes,

pretende dar cuenta de las identidades en contextos diversos y desde epistemologías que

convergen: la de los pueblos originarios, los afrodescendientes y la educación popular, la de las

masculinidades no hegemónicas y la de las infancias trans libres de violencia. Esto implica retomar

las corrientes de los estudios marxistas, feministas y queer, pero territorializadas, es decir,

ubicadas en nuestro continente, lejos de los estudios que se postulan universales teóricos y siempre

euro centristas, que imponen prácticas y sentidos para explicar el mundo con herramientas

colonialista que, con carácter extractivista, despojan a las identidades disidentes de sus saberes y los

institucionalizan en las altas casas de estudio, deformados y alejados de la realidad, con el presunto

fin de legitimar su existencia. En el proceso, se conservan privilegios y se refuerza el paradigma de la

diversidad sexual con el sentido de homogeneizar y así validarlo, y esto implica formatearlos a

imagen y semejanza de la heteronormatividad.

La disidencia sexo-genérica pone en cuestión esta invisibilización de la violencia que supone la

estigmatización, criminalización, patologización y jerarquización de la diferencia. Las personas

humanas nacemos en situación de precaridad extrema, con cuerpos mortales, vulnerables,

altamente dependientes y con necesidad de amor, cuidado, y como personas socialmente

dependientes de un Estado activo que asegure condiciones equitativas de acceso a bienes básicos

para la subsistencia. Sobre esto no parece haber muchas dudas, pero si estos cuerpos vulnerables

nacen y van apartándose de lo inteligible de los parámetros heterosexistas esperados, a esa

precaridad se le imbrica precariedad. Las familias expulsan a quien se manifiesta travesti, en un alto

porcentaje, entre los 8 y los 13 años de edad; y si no se los expulsa como a niñas masculinas y niños

femeninos, se les imponen malos tratos y violencia física, psíquica y epistémica (no se les reconoce

saber de su mismidad, están en confusión y se les psiquiatriza). La medicina y las ciencias jurídicas,

como dispositivos de adiestramiento, y los fundamentalismos religiosos y pedagógicos intervendrán

esos cuerpos para hacerlos inteligibles, es decir, ajustarlos a la ficción heteronormativa del binario

hombre-mujer. En el camino, se vulnera, de manera flagrante y radical, los derechos personalísimos

básicos. A la precaridad humana se le imbrica la precariedad, con mecanismos sociales que exponen.

Me refiero a precaridad y no precariedad según la distinción de Judith Butler, la primera, dotada de un sentido existencial, señala la condición ontológica de todo ser vivo: vivimos en precaridad, no solo porque somos mortales y nuestros cuerpos son vulnerables, sino porel hecho de que dependemos de otros. la segunda subraya que ciertas necesidades –económicas, políticas y sociales– tienen que ser

cubiertas para subsistir, y quienes no consiguen cubrirlas viven en un frágil estado de precariedad.

Subsistir a  esas infancias, a la experiencia del rechazo y a la asunción de la culpa sobre ese rechazo, la vergüenza sobre su condición y la autodesvalorización, entre otros mecanismos de autorechazo; mientras socialmente se les expone a negociar la propia subsistencia, como en el caso de las travestis, en un mundo adulto que solo les ofrece sustento a cambio del usufructo sexual de su cuerpo, la explotación, condiciones de vida en ambientes con alta circulación de violencia. Un mundo que las aloja en la prostitución para luego ser juzgadas por ser aquello a la que esa misma sociedad las acarreó. La incapacidad para el reconocimiento, resguardo y respeto irrestricto de esa humanidad revela los conceptos de humanidad de los que se habla y, al mismo tiempo, oculta el acto criminal ejercido desde las instituciones, incluidas las familias y el Estado.  La disidencia sexo-genérica rechaza el enfoque de la clasificación, la delimitación y el ajuste a la heteronorma porque esta violenta a quienes no encajan y produce muerte. La heteronormatividad mata.

Con el significante disidencia sexo/genérica se hace referencia a la acción y el efecto de separarse,

desmarcarse de la heterosexualidad que se propone como obligatoria y de sus paradigmas

hombre-mujer. Es una crítica generada desde el activismo en contraposición a la militancia de la

diversidad sexual, señalamiento al pensamiento que se somete y reproduce la idea

patriarcal/heterosexual/colonial/liberal/andro y adulto céntrica. Por el contrario, la disidencia

sexo/genérica niega la táctica política de la simple inclusión como proceso de pertenencia en tanto

más se ajusten a estereotipos heterosexuales, por ello Susy Shock prefiere afirmar, frente a este

proceso de asimilación de la diversidad sexual: “No queremos ser más esta humanidad”.

¿Qué somos entonces? ¿Dónde está la certeza? Somos construcciones identitarias en permanente

movimiento. El modo de expresarlo es siempre en gerundio de forma simple —estoy siendo,

transitando—; por más rígida que sea nuestra personalidad respecto de convicciones, creencias o

moral, hay aspectos, como la edad, de los que es necesario dar cuenta: creciendo, envejeciendo y,

por tanto, nuestra identidad siempre se transforma. Hay eventos que nos pueden modificar de

modo brusco, inesperado y de manera veloz, como enviudar o migrar, pero por lo general son

procesos paulatinos y progresivos. Puede que esto no alivie la incertidumbre, la no-certeza, puesto

que caminamos en terreno inestable, pero sí nos constituye el rechazo de aquello que no queremos

ser y se pone el acento entonces en la des-Identificación del régimen sistémico de la heteronorma

obligatoria. Por ejemplo, una persona puede ser asignada a un sexo y género e identificarse con el

opuesto en el sistema hetero-binario, pero a medida que crece, se experimenta, se informa y

comparte experiencias y vivencias, puede ir identificándose desde otras propuestas más fluidas: “soy

mujer trans”, “soy transgénero”, “soy travesti”. Estos modos de identificación positivo, “soy”,

pueden ir cambiando, lo que no impacta sustancialmente en sus relaciones sociales. Ahora, si dice

no soy fascista, xenófobo/a, racista, discriminador/a, machista, violador/a, etc. estas cuestiones que

constituyen a su identidad de manera negativa, “no soy”, tienen un carácter sólido, definitorio y de

mayor permanencia en el tiempo e impacta al resto de modo sustancial y, por tanto, interesan de

manera radical a las micro y macro relaciones políticas. Allí sí exigimos certezas y definiciones

taxativas, pues son de carácter vital. La identidad es una unidad no sólo constituida de afirmaciones

positivas sino también de afirmaciones negativas, escogemos no ser racistas y trabajamos en ello. Si

esta humanidad se compone de hombres y mujeres como actuantes que nos han heredado este

estado de cosas: femicidios, comercio sexual infantil, guerras, periodismo de post verdad,

discriminación, acoso escolar, acoso sexual, acoso laboral, travesticidios, odio; siguiendo la sentencia

de Susy Shock, no importa tanto qué vamos pudiendo ser y cómo vamos nombrando nuestras

identidades en construcción, es políticamente necesario e imperante que nos des-identifiquemos de

lo hombre y lo mujer.

Entonces, nos afirmamos como construcciones identitarias complejas, con una historicidad y en

tránsito, vamos siendo (gerundio) lesbianas, maricas, travestis. Con una territorialidad: Sapatão

(Brasil), 108 (Paraguay), Muxe (Oaxaca, México); con una marca etaria: Homosexual/Safira (Grecia

antigua), marika (actualidad), género fluido (actualidad); con una pertenencia cultural: Kakcha

(Aymara), Chinaku (Quechua), Weye (Mapuche); con una pertenencia de clase: Torta, puto, trava

(Argentina en sectores populares), lesbiana, gay, hombre/mujer trans (Argentina en sectores

medios/altos), entre los principales ejes, hoy, a considerar. Mayor complejidad adquieren estas

construcciones en el cruce con la sexualidad y la expresión de género. Estas identidades van

haciéndose cada vez más fluidas e inasibles desde sus prácticas culturales, sus relaciones

sexo-afectivas, sus expresiones de género e, incluso, sus deseos. Si bien continúan siendo muy

extendidos los estereotipos identitarios y relacionales, cada vez son más libertarias estas formas de

confrontación socio/política y se van rompiendo los límites impuestos desde la heteronorma y la

homonorma de Lesbiana, Gay, Bisexual y Trans (m-f), que han caído en la abstracción identitaria de

clase, de etnia, etaria, territorial, de historicidad, etc. Así como también han caído los paradigmas de

la monogamia e incluso de las relaciones basadas en la sexo-genitalidad, la consanguinidad o el amor

romántico, contra poniéndole las relaciones de amistad, comunidad y grupalidad de mayor apertura.

La TTL, entonces, visibiliza esas otras prácticas con el aporte de la “nostredad”, aquellas redes

afectivas y de mutua dependencia que se sostienen a lo largo del tiempo con indiferencia, incluso, al

hecho de cohabitar, empleando las cibercomunidades para sostenerlas. Nostredad como una

construcción que se opone al de “otredad” que propone la hegemonía. Otredad amenazante de la

individualidad y donde siempre nos hallamos en soledad, incluso en sistemas de micropolíticas como

la familia nuclear donde aún hoy las disidencias debemos sostener el silencio por vergüenza y miedo

a las pedagogías re-conductivas a la norma o a la exclusión. Un ejemplo de comunidad no basado en

términos exclusivamente sexo/genéricos es el de aquellas comunidades en crecimiento donde el

aglutinador es el antiespecismo.

El movimiento de la disidencia sexo/genérica viene asentándose en el territorio del continente

americano (Abya Yala) donde las dificultades para converger son numerosas, sobre todo porque las

organizaciones institucionalizadas concentran la capacidad de generar discursividad y sentido,

impactando en el diálogo social y las políticas públicas con el empleo de los medios masivos de

comunicación. Estas organizaciones disputan, comparten y se reparten los fondos disponibles para la

acción política civil, liderando proyectos y acciones ajustadas a lo gay, lo lésbico y lo trans, donde lo

instituido permanece inalterable en las prioridades y perspectivas delimitadas por organismos y

financiadoras desde la heteronorma liberal, socialista o demócrata cristiana. Pero también en la

afirmación de miradas feministas y queer tutelares basadas en la réplica y la reproducción de teorías

críticas importadas desde otros territorios y contextos sociales, políticos y económicos que

invisibilizan nuestras propias prácticas, saberes, aprendizajes, producciones teóricas y formas

relacionales. Todo ello atenta contra el desarrollo de proyectos locales de fuerza instituyente, los

cuales carecen de estructuras formales, poder de cabildeo y medios de comunicación para sus

reclamos.

No obstante ello, se vienen produciendo encuentros para formalizar espacios de diálogo y

producción cultural bajo la TTL de forma autónoma, y, en ocasiones, de manera subsidiaria en

encuentros feministas, de mujeres, de territorios, de migrantes, de pueblos originarios, de afro

descendencia, de organizaciones de base, de crítica cultural, de comunicación comunitaria, de

psicología social, de educación popular, de estudios de masculinidades, de familias por infancias

trans libres de violencia y de espacios universitarios, entre los más destacados. Allí se complejiza,

tomando la tradición de los estudios marxistas, feministas y queer, pero territorializados en el

contexto Abya Yala y atravesando nuestras corporalidades; negando la universalización que le da

fuerza al sentido colonialista de la producción de conocimiento occidental; resistiendo también al

sentido extractivista que emplean para ilustrar trabajos académicos cuando se apropian de nuestras

prácticas y saberes; y complejizando, también, el sentido común de la geopolítica del norte-sur, ya

que cuestiones culturales, económicas, políticas, sociales, étnicas, territoriales, identitarias hacen

que en cada Estado Nación, región o territorio puedan observarse nortes y sures

ideológico-políticos. Por ello, la inclusión de la diversidad en New York, DF Ciudad de México o

Ciudad Autónoma de Buenos Aires no será parangón con la disidencia en Nebraska, Guadalajara o

Chaco ni incluso en las mismas ciudades, ya que dependen de la clase social y sus particularidades

socio-demográficas.

Los movimientos de la diversidad sexual tienen una estrategia de inclusión: incluir a gays, lesbianas y

trans en los espacios culturales, políticos, sociales, económicos, laborales, sanitarios, educativos, etc.

en tanto heteronormados y con sus lógicas económicas, donde la exigencia es el apego a la norma

heterosexual y tranquilizadora del binarismo sexo/genérico. De esta manera se deja inconmovible el

paradigma binario propuesto por el patriarcado donde “lo hombre” es el sujeto privilegiado de la

humanidad, con mayor o menor disposición a otorgar derechos a sujetos de menor jerarquía (lo

mujer, lo homosexual, lo étnico, lo pobre, lo travesti); y los gestos de inclusión sucederán mientras

no compitan con el lugar de privilegios de ese hombre y mientras sean rentables. Por lo tanto, la

posibilidad de inclusión será otorgada de acuerdo a un complejo formato de semejanza, con

prioridades para quienes más se ajusten al paradigma patriarcal; por ejemplo, un varón gay de clase

alta, blanco, titulado, de performance masculina tendrá mayores posibilidades de inclusión que una

lesbiana, afrodescendiente y pobre, que una travesti migrante en situación de prostitución, que

lesbianas que en lugar de competir por puestos asignados a mujeres pretendan competir por sitios

asignados a los hombres, que maricas femeninas que no se conformen con sitios de estética, arte o

espectáculos o personas trans que no se avengan a los estereotipos de hombre y mujer. ¿Qué

conlleva como riesgo esta propuesta inclusiva? Desde la disidencia sexo/genérica se pone en crisis

este modelo porque invisibiliza la violencia de un sistema que en su jerarquización produce, de

manera activa y permanente, precariedad; además de una negación radical a reconocer su fracaso

absoluto en sus funciones materno-paternales, junto a la pauperización de las condiciones

concretas de vida de personas disidentes en una abstracción ideal de lo humano entendido como

hombre y en violación flagrante al ordenamiento jurídico de los derechos humanos.

La persona humana nace en situación de precaridad extrema, con cuerpos mortales y vulnerables,

dependiente y con la necesidad de alguien que cumpla responsabilidades materiales (de cuidados) y

subjetivas (de deseo y amor) y de un Estado que garantice ciertas condiciones contextuales mínimas

de subsistencia a través de la familia y otras instituciones. Al nacer le son inescindiblemente propios

el plexo de derechos humanos, siempre y cuando ese cuerpo nazca con una genitalidad dentro de

los parámetros de la biotecnología, como la medicina, o sea, hembra o macho. En la niñez intersex,

donde los caracteres del cuerpo y la visibilidad en sus genitales se presentan con características

personalísimas (vienen dándose a lo largo de toda la historia de la humanidad y sin riesgo de vida)

que no se ajusta al patrón de los fundamentalismos religiosos, cientificistas y racionalistas, sobre esa

precaridad propia de lo humano se le impondrán mandatos hetero-cisexuales que multiplicarán la

precarización. Con los discursos normalizadores de la medicina y de las ciencias jurídicas, sobre sus

supuestos de verdad y objetividad, se realizará una intervención corporal y de mutilación genital a

esa infancia para adaptarle al sistema ficcional heteronormado. En toda infancia que no se ajuste a

esos constructos ideales de la heteronorma, se imponen una serie de dispositivos de adiestramiento

quirúrgicos, pedagógicos, psiquiátricos, jurídicos coercitivos y punitivos, con lo cual la vulneración de

los derechos humanos es flagrante y radical en las dimensiones familiar, social y estatal. La

incapacidad para el reconocimiento, resguardo y respeto de la diversidad humana, entendida como

una variedad posible de cuerpos bajo la premisa de la necesidad y decisión individual de adecuar su

cuerpo según la identidad sentida por cada persona, conlleva actos criminales familiares, sociales e

institucionales. Hay una negación del fracaso del conjunto de las funciones paterno-maternales, de

las micro y macro políticas de Estado. Este complejo entramado tiene severas consecuencias: la

pauperización de las condiciones concretas de vida. Las personas en disidencia sexo-genéricas verán

profundamente menoscabados sus derechos humanos, civiles, sociales, políticos, económicos,

legales y culturales. Y esto es lo que reflejan algunos números: El promedio de vida de la comunidad

trans es de 32 años; la expulsión del hogar heterosexual sucede entre los 8 y los 13 años; el índice de

crímenes de odio es elevadísimo, así como las violaciones correctivas a lesbianas y varones trans; el

abuso y la prostitución de infantes, adolescentes y adultas travestis es del 89%. A esto se agrega la

expulsión de sistema educativo; el alto nivel de suicidios de niñas, niños y jóvenes, y los constantes

intentos; la migración por contextos de violencia; el acoso escolar y cibernético; la alta tasa de

encarcelamiento por la criminalización de trabajos de subsistencia (menudeo y prostitución), las

muertes por violencia institucional, por citar las más graves.

Véase:

Berkins, L. y Fernández, J. (2005) La gesta del nombre propio. Buenos Aires: Ed.

Madres de Plaza de Mayo.

Halberstam, J. (2004) Masculinidad sin hombres. Revista de género en la red. Anna-marie Jagose

entrevista a Judith Halberstam sobre su último libro. Recuperado de https://www.rebelion.org/hemeroteca/mujer/040429halberstam.htm

La Revolución de las Mariposas. A diez años de la gesta del nombre propio. Buenos Aires: Ministerio Público de la Defensa. Marzo 2017. Recuperado de https://www.  mpdefensa.gob.ar/publicaciones/la-revolucion-las-mariposas-a-diez-anos-la-gesta-del-nombre-propio.

Wayar, M. (2018). Travesti, una teoría lo suficientemente buena. Buenos Aires, Muchas Nueces.

Wittig, M. (1992). The Straight Mind and Other Essays. [El pensamiento heterosexual y otros ensayos]. Boston. Beacon.

                                                                                                                 

                                                                             MARLENE WAYAR